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las tinieblas con <strong>el</strong> aliento tronchado de horror, guardábamos un minuto de<br />

silencio en los burd<strong>el</strong>es d<strong>el</strong> puerto y nos tomábamos una copa por <strong>el</strong> alma d<strong>el</strong><br />

sentenciado, no una vez sino muchas veces, pues la mayoría de las víctimas<br />

se quedaban colgadas de las correas de la silla con <strong>el</strong> cuerpo amorcillado y<br />

echando humos de carne asada pero todavía resollando de dolor hasta que<br />

alguien tuviera la piedad de acabar de matarlos a tiros después de varias<br />

tentativas frustradas, todo por complacerte, Leticia, por ti había desocupado los<br />

calabozos y autorizó de nuevo la repatriación de sus enemigos y promulgó un<br />

bando de pascua para que nadie fuera castigado por divergencias de opinión ni<br />

perseguido por asuntos de su fuero interno, convencido de corazón en la<br />

plenitud de su otoño de que aun sus adversarios más encarnizados tenían<br />

derecho a compartir la placidez de que él gozaba en las noches absortas de<br />

enero con la única mujer que mereció la gloria de verlo sin camisa y con los<br />

calzoncillos largos y la enorme potra dorada por la luna en la terraza de la casa<br />

civil, contemplaban juntos los sauces misteriosos que por aqu<strong>el</strong>las Navidades<br />

les mandaron los reyes de Babilonia para que los sembraran en <strong>el</strong> jardín de la<br />

lluvia, disfrutaban d<strong>el</strong> sol astillado a través de las aguas perpetuas, gozaban de<br />

la estr<strong>el</strong>la polar enredada en sus frondas, escudriñaban <strong>el</strong> universo en los<br />

números de la radiola interferida por las rechiflas de burla de los planetas<br />

fugitivos, escuchaban juntos <strong>el</strong> episodio diario de las nov<strong>el</strong>as habladas de<br />

Santiago de Cuba que les dejaba en <strong>el</strong> alma <strong>el</strong> sentimiento de zozobra de si<br />

todavía mañana estaremos vivos para saber cómo se arregla esta desgracia, él<br />

jugaba con <strong>el</strong> niño antes de acostarlo para enseñarle todo lo que era posible<br />

saber sobre <strong>el</strong> uso y mantenimiento de las armas de guerra que era la ciencia<br />

humana que él conocía mejor que nadie, pero <strong>el</strong> único consejo que le dio fue<br />

que nunca impartiera una orden si no estás seguro de que la van a cumplir, se<br />

lo hizo repetir tantas veces cuantas creyó necesarias para que <strong>el</strong> niño no<br />

olvidara nunca que <strong>el</strong> único error que no puede cometer ni una sola vez en toda<br />

su vida un hombre investido de autoridad y mando es impartir una orden que<br />

no esté seguro de que será cumplida, un consejo que era más bien de abu<strong>el</strong>o<br />

escaldado que de padre sabio y que <strong>el</strong> niño no habría olvidado jamás aunque<br />

hubiera vivido tanto como él porque se lo enseñó mientras lo preparaba para<br />

disparar por primera vez a los seis años de edad un cañón de retroceso a<br />

cuyos estampidos de catástrofe atribuimos la pavorosa tormenta seca de

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