gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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que no habían podido conocerle vivo y se derrumbó sacudido por los estertores<br />
de una agonía tan verídica que no pudo reprimir la urgencia de contárs<strong>el</strong>a a mi<br />
compadre <strong>el</strong> ministro de la salud y éste acabó de consternarlo con la rev<strong>el</strong>ación<br />
de que aqu<strong>el</strong>la muerte había ocurrido ya una vez en la historia de los hombres<br />
mi general, le leyó <strong>el</strong> r<strong>el</strong>ato d<strong>el</strong> episodio en uno de los mamotretos<br />
chamuscados d<strong>el</strong> general Lautaro Muñoz, y era idéntico, madre, tanto que en <strong>el</strong><br />
curso de la lectura él recordó algo que había olvidado al despertar y era que<br />
mientras lo mataban se abrieron de golpe y sin viento todas las ventanas de la<br />
casa presidencial que en la realidad eran tantas cuantas fueron las heridas d<strong>el</strong><br />
sueño, veintitrés, una coincidencia terrorífica que culminó aqu<strong>el</strong>la semana con<br />
un asalto de corsarios al senado y la corte de justicia ante la indiferencia<br />
cómplice de las fuerzas armadas, arrancaron de raíz la casa augusta de<br />
nuestros próceres originales cuyas llamas se vieron hasta muy tarde en la<br />
noche desde <strong>el</strong> balcón presidencial, pero él no se inmutó con la novedad mi<br />
general de que no habían dejado ni las piedras de los cimientos, nos prometió<br />
un castigo ejemplar para los autores d<strong>el</strong> atentado que no aparecieron nunca,<br />
nos prometió reconstruir una réplica exacta de la casa de los próceres cuyos<br />
escombros calcinados permanecieron hasta nuestros días, no hizo nada para<br />
disimular <strong>el</strong> terrible exorcismo d<strong>el</strong> mal sueño sino que se valió de la ocasión<br />
para liquidar <strong>el</strong> aparato legislativo y judicial de la vieja república, abrumó de<br />
honores y fortuna a los senadores y diputados y magistrados de cortes que ya<br />
no le hacían falta para guardar las apariencias de los orígenes de su régimen,<br />
los desterró en embajadas f<strong>el</strong>ices y remotas y se quedó sin más séquito que la<br />
sombra solitaria d<strong>el</strong> indio d<strong>el</strong> machete que no lo abandonaba un instante,<br />
probaba su comida y su agua, guardaba la distancia, vigilaba la puerta mientras<br />
él permanecía en mi casa alimentando la versión de que era mi amante secreto<br />
cuando en verdad me visitaba hasta dos veces por mes para hacerme<br />
consultas de naipes durante aqu<strong>el</strong>los muchos años en que aún se creía mortal<br />
y tenía la virtud de la duda y sabía equivocarse y confiaba más en las barajas<br />
que en su instinto montuno, llegaba siempre tan asustado y viejo como la<br />
primera vez en que se sentó frente a mí y sin decir una palabra me tendió<br />
aqu<strong>el</strong>las manos cuyas palmas lisas y tensas como <strong>el</strong> vientre de un sapo no<br />
había visto jamás ni había de ver otra vez en mi muy larga vida de escrutadora<br />
de destinos ajenos, puso las dos al mismo tiempo sobre la mesa casi como la