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que no habían podido conocerle vivo y se derrumbó sacudido por los estertores<br />

de una agonía tan verídica que no pudo reprimir la urgencia de contárs<strong>el</strong>a a mi<br />

compadre <strong>el</strong> ministro de la salud y éste acabó de consternarlo con la rev<strong>el</strong>ación<br />

de que aqu<strong>el</strong>la muerte había ocurrido ya una vez en la historia de los hombres<br />

mi general, le leyó <strong>el</strong> r<strong>el</strong>ato d<strong>el</strong> episodio en uno de los mamotretos<br />

chamuscados d<strong>el</strong> general Lautaro Muñoz, y era idéntico, madre, tanto que en <strong>el</strong><br />

curso de la lectura él recordó algo que había olvidado al despertar y era que<br />

mientras lo mataban se abrieron de golpe y sin viento todas las ventanas de la<br />

casa presidencial que en la realidad eran tantas cuantas fueron las heridas d<strong>el</strong><br />

sueño, veintitrés, una coincidencia terrorífica que culminó aqu<strong>el</strong>la semana con<br />

un asalto de corsarios al senado y la corte de justicia ante la indiferencia<br />

cómplice de las fuerzas armadas, arrancaron de raíz la casa augusta de<br />

nuestros próceres originales cuyas llamas se vieron hasta muy tarde en la<br />

noche desde <strong>el</strong> balcón presidencial, pero él no se inmutó con la novedad mi<br />

general de que no habían dejado ni las piedras de los cimientos, nos prometió<br />

un castigo ejemplar para los autores d<strong>el</strong> atentado que no aparecieron nunca,<br />

nos prometió reconstruir una réplica exacta de la casa de los próceres cuyos<br />

escombros calcinados permanecieron hasta nuestros días, no hizo nada para<br />

disimular <strong>el</strong> terrible exorcismo d<strong>el</strong> mal sueño sino que se valió de la ocasión<br />

para liquidar <strong>el</strong> aparato legislativo y judicial de la vieja república, abrumó de<br />

honores y fortuna a los senadores y diputados y magistrados de cortes que ya<br />

no le hacían falta para guardar las apariencias de los orígenes de su régimen,<br />

los desterró en embajadas f<strong>el</strong>ices y remotas y se quedó sin más séquito que la<br />

sombra solitaria d<strong>el</strong> indio d<strong>el</strong> machete que no lo abandonaba un instante,<br />

probaba su comida y su agua, guardaba la distancia, vigilaba la puerta mientras<br />

él permanecía en mi casa alimentando la versión de que era mi amante secreto<br />

cuando en verdad me visitaba hasta dos veces por mes para hacerme<br />

consultas de naipes durante aqu<strong>el</strong>los muchos años en que aún se creía mortal<br />

y tenía la virtud de la duda y sabía equivocarse y confiaba más en las barajas<br />

que en su instinto montuno, llegaba siempre tan asustado y viejo como la<br />

primera vez en que se sentó frente a mí y sin decir una palabra me tendió<br />

aqu<strong>el</strong>las manos cuyas palmas lisas y tensas como <strong>el</strong> vientre de un sapo no<br />

había visto jamás ni había de ver otra vez en mi muy larga vida de escrutadora<br />

de destinos ajenos, puso las dos al mismo tiempo sobre la mesa casi como la

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