gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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los galpones d<strong>el</strong> puerto, le habían rizado <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo, la habían afeitado por<br />
completo hasta los resquicios más íntimos y le habían barnizado de rojo las<br />
uñas de las manos y los pies y le habían puesto carmín en los labios y colorete<br />
en las mejillas y almizcle en los párpados y exhalaba una fragancia dulce que<br />
acabó con tu rastro escondido de animal de monte, qué vaina, la habían<br />
echado a perder tratando de componerla, la habían vu<strong>el</strong>to tan distinta que él no<br />
conseguía verla desnuda debajo de los afeites torpes mientras la contemplaba<br />
sumergida en <strong>el</strong> éxtasis de luminal, la vio salir a flote, la vio despertar, la vio<br />
verlo, madre, era <strong>el</strong>la, Leticia Nazareno de mi desconcierto petrificada de terror<br />
ante <strong>el</strong> anciano pétreo que la contemplaba sin clemencia a través de los<br />
vapores tenues d<strong>el</strong> mosquitero, asustada de los propósitos imprevisibles de su<br />
silencio porque no podía imaginarse que a pesar de sus años incontables y su<br />
poder sin medidas él estaba más asustado que <strong>el</strong>la, más solo, más sin saber<br />
qué hacer, tan aturdido e inerme como estuvo la primera vez en que fue<br />
hombre con una mujer de soldados a quien sorprendió a medianoche<br />
bañándose desnuda en un río y cuya fuerza y tamaño había imaginado por sus<br />
resu<strong>el</strong>los de yegua después de cada zambullida, oía su risa oscura y solitaria<br />
en la oscuridad, sentía <strong>el</strong> regocijo de su cuerpo en la oscuridad pero estaba<br />
paralizado de miedo porque seguía siendo virgen aunque ya era teniente de<br />
artillería en la tercera guerra civil, hasta que <strong>el</strong> miedo de perder la ocasión fue<br />
más decisivo que <strong>el</strong> miedo d<strong>el</strong> asalto, y entonces se metió en <strong>el</strong> agua con todo<br />
lo que llevaba encima, las polainas, <strong>el</strong> morral, la correa de municiones, <strong>el</strong><br />
machete, la escopeta de fisto, ofuscado por tantos estorbos de guerra y tantos<br />
terrores secretos que la mujer creyó al principio que era alguien que se había<br />
metido a caballo en <strong>el</strong> agua, pero en seguida se dio cuenta de que no era más<br />
que un pobre hombre asustado y lo acogió en <strong>el</strong> remanso de su misericordia, lo<br />
llevó de la mano en la oscuridad de su aturdimiento porque él no lograba<br />
encontrar los caminos en la oscuridad d<strong>el</strong> remanso, le indicaba con voz de<br />
madre en la oscuridad que te agarres fuerte de mis hombros para que no te<br />
tumbe la corriente, que no se acuclillara dentro d<strong>el</strong> agua sino que te arrodilles<br />
con fuerza en <strong>el</strong> fondo respirando despacio para que te alcance <strong>el</strong> aliento, y él<br />
hacia lo que <strong>el</strong>la le indicaba con una obediencia pueril pensando madre mía<br />
Bendición Alvarado cómo carajo harán las mujeres para hacer las cosas como<br />
si las estuvieran inventando, cómo harán para ser tan hombres, pensaba, a