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d<strong>el</strong> régimen contra las fuerzas d<strong>el</strong> mal, se aprovechó la ocasión para desmentir<br />

las suposiciones de enfermedades raras con actos inequívocos de la vitalidad<br />

d<strong>el</strong> hombre d<strong>el</strong> poder, se renovaron las consignas, se hizo público un mensaje<br />

solemne en que él había expresado mi decisión única y soberana de que<br />

estaré en mi puesto al servicio de la patria cuando volviera a pasar <strong>el</strong> cometa,<br />

pero en cambio él oyó las músicas y los cohetes como si no fueran de su<br />

régimen, oyó sin conmoverse <strong>el</strong> clamor de la multitud concentrada en la Plaza<br />

de Armas con grandes letreros de gloria eterna al benemérito que ha de vivir<br />

para contarlo, no le importaban los estorbos d<strong>el</strong> gobierno, d<strong>el</strong>egaba su<br />

autoridad en funcionarios menores atormentado por <strong>el</strong> recuerdo de la brasa de<br />

la mano de Manu<strong>el</strong>a Sánchez en su mano, soñando con vivir de nuevo aqu<strong>el</strong><br />

instante f<strong>el</strong>iz aunque se torciera <strong>el</strong> rumbo de la naturaleza y se estropeara <strong>el</strong><br />

universo, deseándolo con tanta intensidad que terminó por suplicar a sus<br />

astrónomos que le inventaran un cometa de pirotecnia, un lucero fugaz, un<br />

dragón de cand<strong>el</strong>a, cualquier ingenio sideral que fuera lo bastante terrorífico<br />

para causarle un vértigo de eternidad a una mujer hermosa, pero lo único que<br />

pudieron encontrar en sus cálculos fue un eclipse total de sol para <strong>el</strong> miércoles<br />

de la semana próxima a las cuatro de la tarde mi general, y él aceptó, de<br />

acuerdo, y fue una noche tan verídica a pleno día que se encendieron las<br />

estr<strong>el</strong>las, se marchitaron las flores, las gallinas se recogieron y se<br />

sobrecogieron los animales de mejor instinto premonitorio, mientras él aspiraba<br />

<strong>el</strong> aliento crepuscular de Manu<strong>el</strong>a Sánchez que se le iba volviendo nocturno a<br />

medida que la rosa languidecía en su mano por <strong>el</strong> engaño de las sombras, ahí<br />

lo tienes, reina, le dijo, es tu eclipse, pero Manu<strong>el</strong>a Sánchez no contestó, no le<br />

tocó la mano, no respiraba, parecía tan irreal que él no pudo soportar <strong>el</strong> anh<strong>el</strong>o<br />

y extendió la mano en la oscuridad para tocar su mano, pero no la encontró, la<br />

buscó con la yema de los dedos en <strong>el</strong> sitio donde había estado su olor, pero<br />

tampoco la encontró, siguió buscándola con las dos manos por la casa enorme,<br />

braceando con los ojos abiertos de sonámbulo en las tinieblas, preguntándose<br />

dolorido dónde estarás Manu<strong>el</strong>a Sánchez de mi desventura que te busco y no<br />

te encuentro en la noche desventurada de tu eclipse, dónde estará tu mano<br />

inclemente, dónde tu rosa, nadaba como un buzo extraviado en un estanque de<br />

aguas invisibles en cuyos aposentos encontraba flotando las langostas<br />

prehistóricas de los galvanómetros, los cangrejos de los r<strong>el</strong>ojes de música, los

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