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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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mala formación, la entretenían con fórmulas de consu<strong>el</strong>o, que no hay que<br />

anticiparse al destino, le decían, que al fin y al cabo <strong>el</strong> niño era bueno para todo<br />

menos para tocar instrumentos de viento, le decían, y sólo una adivina de circo<br />

cayó en la cuenta de que <strong>el</strong> recién nacido no tenía líneas en la palma de la<br />

mano y eso quería decir que había nacido para rey, y así era, pero él no le<br />

ponía atención, le suplicaba que se durmiera sin escarbar en <strong>el</strong> pasado porque<br />

le resultaba más cómodo creer que aqu<strong>el</strong>los tropiezos de la historia patria eran<br />

d<strong>el</strong>irios de la fiebre, duérmase, madre, le suplicaba, la envolvía de pies a<br />

cabeza con una sábana de lino de las muchas que había hecho fabricar a<br />

propósito para no lastimar sus llagas, la ponía a dormir de costado con la mano<br />

en <strong>el</strong> corazón, la consolaba con que no se acuerde de vainas tristes, madre, de<br />

todos modos yo soy yo, duerma despacio. Habían sido inútiles las muchas y<br />

arduas diligencias oficiales para aplacar <strong>el</strong> ruido público de que la matriarca de<br />

la patria se estaba pudriendo en vida, divulgaban cédulas médicas inventadas,<br />

pero los propios estafetas de los bandos confirmaban que era cierto lo que<br />

<strong>el</strong>los mismos desmentían, que los vapores de la corrupción eran tan intensos<br />

en <strong>el</strong> dormitorio de la moribunda que habían espantado hasta a los leprosos,<br />

que degollaban carneros para bañarla con la sangre viva, que sacaban<br />

sábanas ensopadas de una materia tornasol que fluía de sus llagas y por<br />

mucho que las lavaran no conseguían devolverles su esplendor original, que<br />

nadie había vu<strong>el</strong>to a verlo a él en los establos de ordeño ni en los cuartos de<br />

las concubinas donde siempre lo habían visto al amanecer aun en los tiempos<br />

peores, <strong>el</strong> propio arzobispo primado se había ofrecido para administrar los<br />

últimos sacramentos a la moribunda pero él lo había plantado en la puerta,<br />

nadie se está muriendo, padre, no crea en rumores, le dijo, compartía la<br />

comida con su madre en <strong>el</strong> mismo plato con la misma cuchara a pesar d<strong>el</strong> aire<br />

de dispensario de peste que se respiraba en <strong>el</strong> cuarto, la bañaba antes de<br />

acostarla con <strong>el</strong> jabón d<strong>el</strong> perro agradecido mientras <strong>el</strong> corazón se le paraba de<br />

lástima por las instrucciones que <strong>el</strong>la impartía con sus últimas hilachas de voz<br />

sobre <strong>el</strong> cuidado de los animales después de su muerte, que no desplumaran a<br />

los pavorreales para hacer sombreros, sí madre, decía él, y le daba una mano<br />

de creolina por todo <strong>el</strong> cuerpo, que no obliguen a cantar a los pájaros en las<br />

fiestas, sí madre, y la envolvía en la sábana de dormir, que saquen las gallinas<br />

de los nidos cuando esté tronando para que no empollen basiliscos, sí madre, y

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