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y sus miembros fueron expuestos a la indignación pública y al horror en los<br />

lugares más visibles de su desmesurado reino de pesadumbre, pobres<br />

muchachos, mientras él arrastraba sus grandes patas de <strong>el</strong>efante mal herido<br />

suplicando de rabia madre mía Bendición Alvarado, asísteme, no me dejes de<br />

tu mano, madre, permíteme encontrar <strong>el</strong> hombre que me ayude a vengar esta<br />

sangre inocente, un hombre providencial que él había imaginado en los<br />

desvaríos d<strong>el</strong> rencor y que buscaba con una ansiedad irresistible en <strong>el</strong><br />

trasfondo de los ojos que encontraba a su paso, trataba de descubrirlo<br />

agazapado en los registros más sutiles de las voces, en los impulsos d<strong>el</strong><br />

corazón, en las rendijas menos usadas de la memoria, y había perdido la<br />

ilusión de encontrarlo cuando se descubrió a sí mismo fascinado por <strong>el</strong> hombre<br />

más deslumbrante y altivo que habían visto mis ojos, madre, vestido como los<br />

godos de antes con una chaqueta de Henry Pool y una gardenia en <strong>el</strong> ojal, con<br />

unos pantalones de Pecover y un chaleco de brocados con visos de plata que<br />

había lucido con su <strong>el</strong>egancia natural en los salones más difíciles de Europa<br />

cabestreando con una trailla un dobermann taciturno d<strong>el</strong> tamaño de un novillo<br />

con ojos humanos, José Ignacio Sáenz de la Barra para servir a su exc<strong>el</strong>encia,<br />

se presentó, <strong>el</strong> último vástago su<strong>el</strong>to de nuestra aristocracia demolida por <strong>el</strong><br />

viento arrasador de los caudillos federales, barrida de la faz de la patria con sus<br />

áridos sueños de grandeza y sus mansiones vastas y m<strong>el</strong>ancólicas y su acento<br />

francés, un espléndido cabo de raza sin más fortuna que sus 32 años, siete<br />

idiomas, cuatro marcas de tiro al pichón en Dauville, sólido, esb<strong>el</strong>to, color de<br />

hierro, cab<strong>el</strong>lo mestizo con la raya en <strong>el</strong> medio y un mechón blanco pintado, los<br />

labios lineales de la voluntad eterna, la mirada resu<strong>el</strong>ta d<strong>el</strong> hombre providencial<br />

que fingía jugar al cricket con <strong>el</strong> bastón de cerezo para que le tomaran un<br />

retrato de colores con <strong>el</strong> fondo de primaveras idílicas de los gob<strong>el</strong>inos de la<br />

sala de fiestas, y en <strong>el</strong> instante en que él lo vio exhaló un suspiro de alivio y se<br />

dijo éste es, y ése era. Se puso a su servicio con <strong>el</strong> compromiso simple de que<br />

usted me entrega un presupuesto de ochocientos cincuenta millones sin tener<br />

que rendirle cuentas a nadie y sin más autoridad por encima de mí que su<br />

exc<strong>el</strong>encia y yo le entrego en <strong>el</strong> curso de dos años las cabezas de los asesinos<br />

reales de Leticia Nazareno y <strong>el</strong> niño, y él aceptó, de acuerdo, convencido de su<br />

lealtad y su eficacia al cabo de las muchas pruebas difíciles a que lo había<br />

sometido para escrutarle los vericuetos d<strong>el</strong> ánimo y conocer los límites de su

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