gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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porvenir en la casa de Matilde Arenales, las jaibas que se salían caminando de<br />
los platos de sopa, <strong>el</strong> viento de tiburones, los tambores remotos, la vida, padre,<br />
la cabrona vida, muchachos, porque habla como nosotros mi general, como si<br />
hubiera nacido en <strong>el</strong> barrio de las p<strong>el</strong>eas de perro, jugaba a la p<strong>el</strong>ota en la<br />
playa, aprendió a tocar <strong>el</strong> acordeón mejor que los vallenatos, cantaba mejor<br />
que <strong>el</strong>los, aprendió la lengua florida de los vaporinos, les llamaba gallo en latín,<br />
se emborrachaba con <strong>el</strong>los en los tugurios de maricas d<strong>el</strong> mercado, se p<strong>el</strong>eó<br />
con uno de <strong>el</strong>los porque habló mal de Dios, se fajaron a trompadas mi general,<br />
qué hacemos, y él ordenó que nadie los separe, les hicieron rueda, ganó, ganó<br />
<strong>el</strong> cura mi general, yo lo sabía, dijo él, complacido, es un macho, y menos<br />
frívolo de lo que todo <strong>el</strong> mundo se imaginaba, pues en aqu<strong>el</strong>las noches<br />
turbulentas averiguó tantas verdades como en las jornadas agotadoras d<strong>el</strong><br />
palacio de la Nunciatura Apostólica, muchas más que en la tenebrosa mansión<br />
de los suburbios que había explorado sin permiso una tarde de lluvias grandes<br />
en que creyó burlar la vigilancia insomne de los servicios de la seguridad<br />
presidencial, la escudriñó hasta <strong>el</strong> último resquicio ensopado por la lluvia<br />
interior de las goteras d<strong>el</strong> techo, atrapado por los tremedales de malanga y las<br />
cam<strong>el</strong>ias venenosas de los dormitorios espléndidos que Bendición Alvarado<br />
abandonaba a la f<strong>el</strong>icidad de sus sirvientas, porque era buena, padre, era<br />
humilde, las ponía a dormir en sábanas de percal mientras <strong>el</strong>la dormía sobre la<br />
estera p<strong>el</strong>ada en un camastro de cuart<strong>el</strong>, las dejaba vestirse con sus ropas de<br />
domingo de primera dama, se perfumaban con sus sales de baño, retozaban<br />
desnudas con los ordenanzas en las espumas de colores de las bañeras de<br />
p<strong>el</strong>tre con patas de león, vivían como reinas mientras a <strong>el</strong>la se le iba la vida<br />
pintorreteando pájaros, cocinando sus mazamorras de legumbres en <strong>el</strong> anafe<br />
de leña y cultivando plantas de botica para las emergencias de los vecinos que<br />
la despertaban a medianoche con que tengo un espasmo de vientre, señora, y<br />
<strong>el</strong>la les daba a masticar semillas de mastuerzo, que al ahijado tiene <strong>el</strong> ojo<br />
torcido, y <strong>el</strong>la le daba un vermífugo de epazote, que me voy a morir, señora,<br />
pero no se morían porque <strong>el</strong>la tenía la salud en la mano, era una santa viva,<br />
padre, andaba en su propio espacio de pureza por aqu<strong>el</strong>la mansión de placer<br />
donde había llovido sin piedad desde que se la llevaron a la fuerza para la casa<br />
presidencial, llovía sobre los lotos d<strong>el</strong> piano, sobre la mesa de alabastro d<strong>el</strong><br />
comedor suntuoso que Bendición Alvarado no utilizó nunca porque es como