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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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verdes los aposentos presidenciales que estaban acabando de saquear los<br />

ingleses, barrió <strong>el</strong> piso completo defendiéndose a escobazos de esta pandilla<br />

de filibusteros que trataban de violarla detrás de las puertas, y un poco antes<br />

d<strong>el</strong> alba se sentó a descansar junto al hijo aniquilado por los escalofríos,<br />

envu<strong>el</strong>to en la cortina de p<strong>el</strong>uche, sudando a chorros en <strong>el</strong> último p<strong>el</strong>daño de la<br />

escalera principal de la casa devastada mientas <strong>el</strong>la trataba de bajarle la<br />

calentura con sus cálculos fáciles de que no te dejes acoquinar por este<br />

desorden, hijo, es cuestión de comprar unos taburetes de cuero de los más<br />

baratos y se les pintan flores y animales de colores, yo misma los pinto, decía,<br />

es cuestión de comprar unas hamacas para cuando haya visitas, sobre todo<br />

eso, hamacas, porque en una casa como ésta deben llegar muchas visitas a<br />

cualquier hora sin avisar, decía, se compra una mesa de iglesia para comer, se<br />

compran cubiertos de hierro y platos de p<strong>el</strong>tre para que aguanten la mala vida<br />

de la tropa, se compra un tinajero decente para <strong>el</strong> agua de beber y un anafe de<br />

carbón y ya está, al fin y al cabo es plata d<strong>el</strong> gobierno, decía para consolarlo,<br />

pero él no la escuchaba, abatido por las primeras malvas d<strong>el</strong> amanecer que<br />

iluminaban en carne viva <strong>el</strong> lado oculto de la verdad, consciente de no ser nada<br />

más que un anciano de lástima que temblaba de fiebre sentado en las<br />

escaleras pensando sin amor madre mía Bendición Alvarado de modo que ésta<br />

era toda la vaina, carajo, de modo que <strong>el</strong> poder era aqu<strong>el</strong>la casa de náufragos,<br />

aqu<strong>el</strong> olor humano de caballo quemado, aqu<strong>el</strong>la aurora desolada de otro doce<br />

de agosto igual a todos era la fecha d<strong>el</strong> poder, madre, en qué vaina nos hemos<br />

metido, padeciendo la desazón original, <strong>el</strong> miedo atávico d<strong>el</strong> nuevo siglo de<br />

tinieblas que se alzaba en <strong>el</strong> mundo sin su permiso, cantaban los gallos en <strong>el</strong><br />

mar, cantaban los ingleses en inglés recogiendo los muertos d<strong>el</strong> patio cuando<br />

su madre Bendición Alvarado terminó las cuentas alegres con <strong>el</strong> saldo de alivio<br />

de que no me asustan las cosas de comprar y los oficios por hacer, nada de<br />

eso, hijo, lo que me asusta es la cantidad de sábanas que habrá que lavar en<br />

esta casa, y entonces fue él quien se apoyó en la fuerza de su desilusión para<br />

tratar de consolarla con que duerma tranquila, madre, en este país no hay<br />

presidente que dure, le dijo, ya verá como me tumban antes de quince días, le<br />

dijo, y no sólo lo creyó entonces sino que lo siguió creyendo en cada instante<br />

de todas las horas de su larguísima vida de déspota sedentario, tanto más<br />

cuanto más lo convencía la vida de que los largos años d<strong>el</strong> poder no traen dos

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