gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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habíamos dado en secreto cogían la bola h<strong>el</strong>ada, se la mostraban a la<br />
muchedumbre, la cantaban, y así sacaban las tres bolas mantenidas en hi<strong>el</strong>o<br />
durante varios días con los tres números d<strong>el</strong> billete que él se había reservado,<br />
pero nunca pensamos que los niños podían contarlo mi general, se nos había<br />
ocurrido tan tarde que no tuvieron otro recurso que esconderlos de tres en tres,<br />
y luego de cinco en cinco, y luego de veinte en veinte, imagínese mi general,<br />
pues tirando d<strong>el</strong> hilo d<strong>el</strong> enredo él acabó por descubrir que todos los oficiales<br />
d<strong>el</strong> mando supremo de las fuerzas de tierra mar y aire estaban implicados en la<br />
pesca milagrosa de la lotería nacional, se enteró de que los primeros niños<br />
subieron al balcón con la anuencia de sus padres e inclusive entrenados por<br />
<strong>el</strong>los en la ciencia ilusoria de conocer al tacto los números damasquinados en<br />
marfil, pero que a los siguientes los hicieron subir a la fuerza porque se había<br />
divulgado <strong>el</strong> rumor de que los niños que subían una vez no volvían a bajar, sus<br />
padres los escondían, los sepultaban vivos mientras pasaban las patrullas de<br />
asalto que los buscaban a medianoche, las tropas de emergencia no<br />
acordonaban la Plaza de Armas para encauzar <strong>el</strong> d<strong>el</strong>irio público, como a él le<br />
decían, sino para tener a raya a las muchedumbres que arriaban como recuas<br />
de ganado con amenazas de muerte, los diplomáticos que habían solicitado<br />
audiencia para mediar en <strong>el</strong> conflicto tropezaron con <strong>el</strong> absurdo de que los<br />
propios funcionarios les daban como ciertas las leyendas de sus enfermedades<br />
raras, que él no podía recibirlos porque le habían proliferado sapos en la<br />
barriga, que no podía dormir sino de pie para no lastimarse con las crestas de<br />
iguana que le crecían en las vértebras, le habían escondido los mensajes de<br />
protestas y súplicas d<strong>el</strong> mundo entero, le habían ocultado un t<strong>el</strong>egrama d<strong>el</strong><br />
Sumo Pontífice en <strong>el</strong> que se expresaba nuestra angustia apostólica por <strong>el</strong><br />
destino de los inocentes, no había espacio en las cárc<strong>el</strong>es para más padres<br />
reb<strong>el</strong>des mi general, no había más niños para <strong>el</strong> sorteo d<strong>el</strong> lunes, carajo, en<br />
qué vaina nos hemos metido. Con todo, él no midió la verdadera profundidad<br />
d<strong>el</strong> abismo mientras no vio a los niños atascados como reses de matadero en<br />
<strong>el</strong> patio interior de la fortaleza d<strong>el</strong> puerto, los vio salir de las bóvedas como una<br />
estampida de cabras ofuscadas por <strong>el</strong> deslumbramiento solar después de<br />
tantos meses de terror nocturno, se extraviaron en la luz, eran tantos al mismo<br />
tiempo que él no los vio como dos mil criaturas separadas sino como un<br />
inmenso animal sin forma que exhalaba un tufo impersonal de p<strong>el</strong>lejo asoleado