gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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<strong>el</strong>la mientras dormía como se había metido en <strong>el</strong> agua con todo lo que llevaba<br />
puesto, <strong>el</strong> uniforme sin insignias, las correas d<strong>el</strong> sable, <strong>el</strong> mazo de llaves, las<br />
polainas, las botas de montar con la espu<strong>el</strong>a de oro, un asalto de pesadilla que<br />
la despertó aterrorizada tratando de quitarse de encima aqu<strong>el</strong> caballo<br />
guarnecido de recados de guerra, pero él estaba tan resu<strong>el</strong>to que <strong>el</strong>la decidió<br />
ganar tiempo con <strong>el</strong> recurso último de que se quite los arneses general que me<br />
lastima <strong>el</strong> corazón con las argollas, y él se los quitó, que se quitara la espu<strong>el</strong>a<br />
general que me está maltratando los tobillos con la estr<strong>el</strong>la de oro, que se<br />
sacara <strong>el</strong> mazo de llaves de la pretina que me tropieza con <strong>el</strong> hueso de la<br />
cadera, y él terminaba por hacer lo que <strong>el</strong>la le ordenaba aunque necesitó tres<br />
meses para hacerle quitar las correas d<strong>el</strong> sable que me estorban para respirar<br />
y otro mes para las polainas que me rompen <strong>el</strong> alma con las hebillas, era una<br />
lucha lenta y difícil en que <strong>el</strong>la lo demoraba sin exasperarlo y él terminaba por<br />
ceder para complacerla, de modo que ninguno de los dos supo nunca cómo fue<br />
que ocurrió <strong>el</strong> cataclismo final poco después d<strong>el</strong> segundo aniversario d<strong>el</strong><br />
secuestro cuando sus tibias y tiernas manos sin destino tropezaron por<br />
casualidad con las piedras ocultas de la novicia dormida que despertó<br />
conmocionada por un sudor pálido y un temblor de muerte y no trató de<br />
quitarse ni por las buenas ni por las malas artes <strong>el</strong> animal cerrero que tenía<br />
encima sino que acabó de conmocionarlo con la súplica de que te quites las<br />
botas que me ensucias mis sábanas de bramante y él se las quitó como pudo,<br />
que te quites las polainas, y los pantalones, y <strong>el</strong> braguero, que te quites todo mi<br />
vida que no te siento, hasta que él mismo no supo cuándo se quedó como sólo<br />
su madre lo había conocido a la luz de las arpas m<strong>el</strong>ancólicas de los geranios,<br />
liberado d<strong>el</strong> miedo, libre, convertido en un bisonte de lidia que en la primera<br />
embestida demolió todo cuanto encontró a su paso y se fue de bruces en un<br />
abismo de silencio donde sólo se oía <strong>el</strong> crujido de maderos de barcos de las<br />
mu<strong>el</strong>as apretadas de Nazareno Leticia, presente, se había agarrado de mi<br />
cab<strong>el</strong>lo con todos los dedos para no morirse sola en <strong>el</strong> vértigo sin fondo en que<br />
yo me moría solicitado al mismo tiempo y con <strong>el</strong> mismo ímpetu por todas las<br />
urgencias d<strong>el</strong> cuerpo, y sin embargo la olvidó, se quedó solo en las tinieblas<br />
buscándose a sí mismo en <strong>el</strong> agua salobre de sus lágrimas general, en <strong>el</strong> hilo<br />
manso de su baba de buey, general, en <strong>el</strong> asombro de su asombro de madre<br />
mía Bendición Alvarado cómo es posible haber vivido tantos años sin conocer