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volcánico d<strong>el</strong> lúgubre edificio de argamasa amarilla en <strong>el</strong> que no hubo jamás<br />

una flor, cuyos escombros quedaron suspendidos un instante en <strong>el</strong> aire por la<br />

explosión tremenda de los seis ton<strong>el</strong>es de dinamita. Ya está, suspiró él en la<br />

casa presidencial, estremecido por <strong>el</strong> aliento sísmico que desbarató cuatro<br />

casas más alrededor d<strong>el</strong> cuart<strong>el</strong> y rompió la cristalería nupcial de las alacenas<br />

hasta en los extramuros de la ciudad, ya está, suspiró, cuando los furgones de<br />

la basura sacaron de los patios de la fortaleza d<strong>el</strong> puerto los cadáveres de<br />

dieciocho oficiales que fueron fusilados de dos en fondo para economizar<br />

munición, ya está, suspiró, cuando <strong>el</strong> comandante Rodrigo de Aguilar se<br />

cuadró frente a él con la novedad mi general de que no quedaba otra vez en<br />

las cárc<strong>el</strong>es un espacio más para presos políticos, ya está, suspiró, cuando<br />

empezaron las campanas de júbilo, los cohetes de fiesta, las músicas de gloria<br />

que anunciaron <strong>el</strong> advenimiento de otros cien años de paz, ya está, carajo, se<br />

acabó la vaina, dijo, y se quedó tan convencido, tan descuidado de sí mismo,<br />

tan negligente de su seguridad personal que una mañana atravesaba <strong>el</strong> patio<br />

de regreso d<strong>el</strong> ordeño y le falló <strong>el</strong> instinto para ver a tiempo al falso leproso de<br />

aparición que se alzó de entre los rosales para cerrarle <strong>el</strong> paso en la lenta<br />

llovizna de octubre y sólo vio demasiado tarde <strong>el</strong> dest<strong>el</strong>lo instantáneo d<strong>el</strong><br />

revólver pavonado, <strong>el</strong> índice trémulo que empezó a apretar <strong>el</strong> gatillo cuando él<br />

gritó con los brazos abiertos ofreciéndole <strong>el</strong> pecho, atrévete cabrón, atrévete,<br />

deslumbrado por <strong>el</strong> asombro de que su hora había llegado contra las<br />

premoniciones más lúcidas de los lebrillos, dispara si es que tienes cojones,<br />

gritó, en <strong>el</strong> instante imperceptible de vacilación en que se encendió una estr<strong>el</strong>la<br />

lívida en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o de los ojos d<strong>el</strong> agresor, se marchitaron sus labios, le tembló la<br />

voluntad, y entonces él le descargó los dos puños de mazos en los tímpanos, lo<br />

tumbó en seco, lo aturdió en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o con una patada de mano de pilón en la<br />

mandíbula, oyó desde otro mundo <strong>el</strong> alboroto de la guardia que acudió a sus<br />

gritos, pasó a través de la deflagración azul d<strong>el</strong> trueno continuo de las cinco<br />

explosiones d<strong>el</strong> falso leproso retorcido en un charco de sangre que se había<br />

disparado en <strong>el</strong> vientre las cinco balas d<strong>el</strong> revólver para que no lo agarraran<br />

vivo los interrogadores temibles de la guardia presidencial, oyó sobre los otros<br />

gritos de la casa alborotada sus propias órdenes inap<strong>el</strong>ables de que<br />

descuartizaran <strong>el</strong> cadáver para escarmiento, lo hicieron tasajo, exhibieron la<br />

cabeza macerada con sal de piedra en la Plaza de Armas, la pierna derecha en

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