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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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ezaba de memoria la oración certera de padre y maestro mágico liróforo<br />

c<strong>el</strong>este que mantienes a flote los aeroplanos en <strong>el</strong> aire y los trasatlánticos en <strong>el</strong><br />

mar, arrastrando sus grandes patas de desahuciado insomne a través de las<br />

últimas albas fugaces de amaneceres verdes de las vu<strong>el</strong>tas d<strong>el</strong> faro, oía los<br />

vientos en pena d<strong>el</strong> mar que se fue, oía la música d<strong>el</strong> ánima de una parranda<br />

de bodas en que estuvo a punto de morir por la espalda en un descuido de<br />

Dios, encontró una vaca extraviada y le cerró <strong>el</strong> paso sin tocarla, vaca, vaca,<br />

regresó al dormitorio, iba viendo al pasar frente a las ventanas <strong>el</strong> paraco de<br />

luces de la ciudad sin mar en todas las ventanas, sintió <strong>el</strong> vapor caliente d<strong>el</strong><br />

misterio de sus entrañas, <strong>el</strong> arcano de su respiración unánime, la contempló<br />

veintitrés veces sin detenerse y padeció para siempre como siempre la<br />

incertidumbre d<strong>el</strong> océano vasto e inescrutable d<strong>el</strong> pueblo dormido con la mano<br />

en <strong>el</strong> corazón, se supo aborrecido por quienes más lo amaban, se sintió<br />

alumbrado con v<strong>el</strong>as de santos, sintió su nombre invocado para enderezar la<br />

suerte de las parturientas y cambiar <strong>el</strong> destino de los moribundos, sintió su<br />

memoria exaltada por los mismos que maldecían a su madre cuando veían los<br />

ojos taciturnos, los labios tristes, la mano de novia pensativa detrás de los<br />

cristales de acero transparente de los tiempos remotos de la limusina<br />

sonámbula y besábamos la hu<strong>el</strong>la de su bota en <strong>el</strong> barro y le mandábamos<br />

conjuros para una mala muerte en las noches de calor cuando veíamos desde<br />

los patios las luces errantes en las ventanas sin alma de la casa civil, nadie nos<br />

quiere, suspiró, asomado al antiguo dormitorio de pajarera exangüe pintora de<br />

oropéndolas de su madre Bendición Alvarado con <strong>el</strong> cuerpo sembrado de<br />

verdín, que pase buena muerte, madre, le dijo, muy buena muerte, hijo, le<br />

contestó <strong>el</strong>la en la cripta, eran las doce en punto cuando colgó la lámpara en <strong>el</strong><br />

dint<strong>el</strong> herido en las entrañas por la torcedura mortal de los silbidos tenues d<strong>el</strong><br />

horror de la hernia, no había más ámbito en <strong>el</strong> mundo que <strong>el</strong> de su dolor, pasó<br />

los tres cerrojos d<strong>el</strong> dormitorio por última vez, pasó los tres pestillos, las tres<br />

aldabas, padeció <strong>el</strong> holocausto final de la micción exigua en <strong>el</strong> excusado<br />

portátil, se tiró en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o p<strong>el</strong>ado con <strong>el</strong> pantalón de manta cerril que usaba<br />

para estar en casa desde que puso término a las audiencias, con la camisa a<br />

rayas sin <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo postizo y las pantuflas de inválido, se tiró bocabajo, con <strong>el</strong><br />

brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de almohada, y se<br />

durmió en <strong>el</strong> acto, pero a las dos y diez despertó con la mente varada y con la

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