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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca

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instantes efímeros de su infancia remota mientras cabeceaba de sueño bajo la<br />

ceiba d<strong>el</strong> patio, despertaba de golpe cuando lograba atrapar un recuerdo como<br />

una pieza d<strong>el</strong> rompecabezas sin límites de la patria antes de él, la patria<br />

grande, quimérica, sin orillas, un reino de manglares con balsas lentas y<br />

precipicios anteriores a él cuando los hombres eran tan bravos que cazaban<br />

caimanes con las manos atravesándoles una estaca en la boca, así, nos<br />

explicaba con <strong>el</strong> índice en <strong>el</strong> paladar, nos contaba que un viernes santo había<br />

sentido <strong>el</strong> estropicio d<strong>el</strong> viento y <strong>el</strong> olor de caspa d<strong>el</strong> viento y vio los nubarrones<br />

de langostas que enturbiaron <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o d<strong>el</strong> mediodía e iban tijereteando cuanto<br />

encontraban a su paso y dejaron <strong>el</strong> mundo trasquilado y la luz en piltrafas como<br />

en las vísperas de la creación, pues él había vivido aqu<strong>el</strong> desastre, había visto<br />

una hilera de gallos sin cabeza colgados por las patas desangrándose gota a<br />

gota en <strong>el</strong> alero de una casa de vereda grande y destartalada donde acababa<br />

de morir una mujer, había ido de la mano de su madre, descalzo, detrás d<strong>el</strong><br />

cadáver harapiento que llevaron a enterrar sin cajón sobre una parihu<strong>el</strong>a de<br />

carga azotada por la ventisca de la langosta, pues así era la patria de<br />

entonces, no teníamos ni cajones de muerto, nada, él había visto un hombre<br />

que trató de ahorcarse con una cuerda ya usada por otro ahorcado en <strong>el</strong> árbol<br />

de una plaza de pueblo y la cuerda podrida se reventó antes de tiempo y <strong>el</strong><br />

pobre hombre se quedó agonizando en la plaza para horror de las señoras que<br />

salieron de misa, pero no murió, lo reanimaron a palos sin molestarse en<br />

averiguar quién era pues en aqu<strong>el</strong>la época nadie sabia quién era quién si no lo<br />

conocían en la iglesia, lo metieron por los tobillos entre los dos tablones de<br />

cepo chino y lo dejaron expuesto a sol y sereno junto con otros compañeros de<br />

penas pues así eran aqu<strong>el</strong>los tiempos de godos en que Dios mandaba más que<br />

<strong>el</strong> gobierno, los malos tiempos de la patria antes de que él diera la orden de<br />

cortar los árboles de las plazas de los pueblos para impedir <strong>el</strong> terrible<br />

espectáculo de los ahorcados dominicales, había prohibido <strong>el</strong> cepo público, los<br />

entierros sin cajón, todo cuanto pudiera despertar en la memoria las leyes de<br />

ignominia anteriores a su poder, había construido <strong>el</strong> tren de los páramos para<br />

acabar con la infamia de las mulas aterrorizadas en las cornisas de los<br />

precipicios llevando a cuestas los pianos de cola para los bailes de máscaras<br />

de las haciendas de café, pues él había visto también <strong>el</strong> desastre de los treinta<br />

pianos de cola destrozados en un abismo y de los cuales se había hablado y

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