gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-el-otoc3b1o-del-patriarca
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aqu<strong>el</strong> aire de abu<strong>el</strong>o inútil que hacía temblar de pavor a la gente de la casa,<br />
tomaba agua de la tinaja con la totuna de servir, comía en la misma olla de<br />
cocinar sacando las presas con los dedos, demasiado jovial, demasiado<br />
simple, sin sospechar que aqu<strong>el</strong>la casa quedaba marcada para siempre con <strong>el</strong><br />
estigma de su visita, y no se comportaba de esa manera por cálculo político ni<br />
por necesidad de amor como sucedió en otros tiempos sino porque ése era su<br />
modo de ser natural cuando <strong>el</strong> poder no era todavía <strong>el</strong> légamo sin orillas de la<br />
plenitud d<strong>el</strong> otoño sino un torrente de fiebre que veíamos brotar ante nuestros<br />
ojos de sus manantiales primarios, de modo que bastaba con que él señalara<br />
con <strong>el</strong> dedo a los árboles que debían dar frutos y a los animales que debían<br />
crecer y a los hombres que debían prosperar, y había ordenado que quitaran la<br />
lluvia de donde estorbaba las cosechas y la pusieran en tierra de sequía, y así<br />
había sido, señor, yo lo he visto, pues su leyenda había empezado mucho<br />
antes de que él mismo se creyera dueño de todo su poder, cuando todavía<br />
estaba a merced de los presagios y de los intérpretes de sus pesadillas e<br />
interrumpía de pronto un viaje recién iniciado porque oyó cantar la pigua sobre<br />
su cabeza y cambiaba la fecha de una aparición pública porque su madre<br />
Bendición Alvarado encontró un huevo con dos yemas, y liquidó <strong>el</strong> séquito de<br />
senadores y diputados solícitos que lo acompañaban a todas partes y<br />
pronunciaban por él los discursos que nunca se atrevió a pronunciar, se quedó<br />
sin <strong>el</strong>los porque se vio a si mismo en la casa grande y vacía de un mal sueño<br />
circundado por unos hombres pálidos de levitas grises que lo punzaban<br />
sonriendo con cuchillos de carnicero, lo acosaban con tanta saña que<br />
adondequiera que él volviese la vista se encontraba con un hierro dispuesto<br />
para herirlo en la cara y en los ojos, se vio acorralado como una fiera por los<br />
asesinos silenciosos y sonrientes que se disputaban <strong>el</strong> privilegio de tomar parte<br />
en <strong>el</strong> sacrificio y de gozarse en su sangre, pero él no sentía rabia ni miedo sino<br />
un alivio inmenso que se iba haciendo más hondo a medida que se le<br />
desaguaba la vida, se sentía ingrávido y puro, de modo que él también sonreía<br />
mientras lo mataban, sonreía por <strong>el</strong>los y por él en <strong>el</strong> ámbito de la casa d<strong>el</strong><br />
sueño cuyas paredes de cal viva se teñían de las salpicaduras de mi sangre,<br />
hasta que alguien que era hijo suyo en <strong>el</strong> sueño le dio un tajo en la ingle por<br />
donde se me salió <strong>el</strong> último aire que me quedaba, y entonces se tapó la cara<br />
con la manta empapada de su sangre para que nadie le conociera muerto los