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12<br />

LA ENERGÍA DE LOS FLUIDOS<br />

botas y cinchos limpios y relucientes. Probablemente Francisco, desde las últimas<br />

filas de una compañía, jerarquizada por la altura de sus componentes, vería, adelantados<br />

unos pasos, a los “gastadores” que portaban la bandera de la compañía<br />

y que habían sido seleccionados por su apariencia y sus aptitudes castrenses.<br />

Francisco era la antítesis del “gastador”. Su desapego por las artes marciales, era<br />

ya, por entonces, rasgo distintivo de su carácter. Como lo era, también, y lo es<br />

ahora también, su finísimo sentido del humor, su “socarronería” que era en él<br />

manifestación de su inteligencia y de su bondad. Francisco era, y es, un hombre,<br />

“en el buen sentido de la palabra bueno”, que nos hizo disfrutar, muchas veces, con<br />

ocurrencias inesperadas llenas de ingenio.<br />

Francisco, tras breve experiencia profesional en Agromán, se trasladó a Pamplona<br />

para trabajar en el Servicio de Aguas de la ciudad. Debía tener por entonces<br />

24 años. Gracias a él, Pamplona cuenta con un Servicio ejemplar que estuvo<br />

avanzado a su tiempo.<br />

También intervino en el urbanismo de la Comarca, consciente de que las ordenaciones<br />

territoriales –coherentes con redes de infraestructuras que han de<br />

preceder cualquier honesto desarrollo urbanístico– deben estar concebidas en<br />

un marco mucho más amplio que el estrictamente municipal.<br />

Sus niveles de exigencia (pretendía ¡nada menos! que las obras se construyeran<br />

tal como habían sido proyectadas por él, con calidades equiparables a las que<br />

eran habituales, por ejemplo, en Suiza) le hicieron incómodo. Y se le arrinconó<br />

un tiempo para que la empresa que tenía contratada una importante depuradora<br />

pudiese campar a sus anchas y recuperar la baja desmesurada que había ofertado<br />

para quedarse con la obra. Francisco es el paradigma de la austeridad gastronómica.<br />

Es el único defecto que yo le conozco. Pero, a pesar de su ignorancia en<br />

estas cuestiones esenciales, no era ni es fácil darle gato por liebre.<br />

Su desocupación forzosa tuvo unas consecuencias inesperadas. Por entonces,<br />

estaba planteada la polémica sobre el legado del gran Jorge Oteiza, que, había<br />

decidido donar su obra a la Diputación de Navarra, a condición de que se reuniera<br />

en un edificio en condiciones. La Diputación encomendó tal misión, a<br />

nuestro poco ocupado Francisco. No encontró en Pamplona uno adecuado para<br />

rehabilitarlo y convertirlo en el Museo de Oteiza. Los solares en los que hubiera<br />

podido construirse un Museo de nueva planta escaseaban y tenían, además,<br />

precios prohibitivos.<br />

Francisco vive en el pequeño municipio de Alzuza, de 23 vecinos, que se encuentran<br />

a un paso de Pamplona. Y surgió la posibilidad –sugerida por Jorge

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