Pío Baroja A v i r a n e t a o l a v i d a d e u n c o n s p i r a d o r Pizarro. Como <strong>la</strong> casa <strong>de</strong> huéspe<strong>de</strong>s no le inspiró mucha confianza, se mudó a otra casa <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle <strong>de</strong> Carretas, que le recomendó el mismo Arrazo<strong>la</strong>. <strong>Aviraneta</strong> se vio esta vez y otras más tar<strong>de</strong> perseguido por los esparteristas y el propio Espartero, y llegó a sentir gran odio por el general, odio bastante recíproco. El duque <strong>de</strong> <strong>la</strong> Victoria, en sus conversaciones y en sus cartas, al hab<strong>la</strong>r <strong>de</strong> <strong>Aviraneta</strong>, le l<strong>la</strong>mó siempre <strong>conspirador</strong> infame, intrigante y maquiavélico. Por aquellos días, <strong>Aviraneta</strong> recibió <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> anónimos amenazadores y <strong>de</strong> advertencias inquietantes. Le <strong>de</strong>cían: «Tenga usted mucho cuidado; se hal<strong>la</strong> expuesto a mil asechanzas. Se ur<strong>de</strong> algo contra su persona.» Una noche, al entrar en su casa, dos hombres, al parecer borrachos, se peleaban en <strong>la</strong> acera y se echaron encima <strong>de</strong> él. Fue a separarse rápidamente, y se dislocó <strong>un</strong> pie. Quizás aquel encontronazo fue casual; pero a don Eugenio le quedó <strong>la</strong> sospecha <strong>de</strong> <strong>un</strong>a intención aviesa. Subió a su casa como pudo. El médico que le asistió, el doctor Araújo, le recomendó quietud absoluta. Se hal<strong>la</strong>ba convaleciente, sin po<strong>de</strong>r tenerse en pie, cuando Arrazo<strong>la</strong> se presentó en su habitación a saber el estado <strong>de</strong> su salud. —La reina <strong>de</strong>searía que fuese <strong>de</strong> nuevo a Francia con <strong>un</strong>a comisión parecida a <strong>la</strong> que ha <strong>de</strong>sempeñado usted en su última estancia en Bayona. —Pues iré —contestó don Eugenio—. ¿Ocurre algo nuevo? —Nada; se sabe que Cabrera se acerca a Cataluña empujado por O'Donnell, y se teme que, <strong>un</strong>ido a los carlistas <strong>de</strong>l principado, organice <strong>un</strong>a <strong>la</strong>rga resistencia que sea obstáculo para <strong>la</strong> paz total. <strong>Aviraneta</strong> estaba <strong>de</strong>seando salir <strong>de</strong> Madrid, y dijo al ministro: —Partiré inmediatamente que pueda. Pasaron ocho días, y sintiéndose ya mejor y capaz <strong>de</strong> viajar en diligencia, fijó el día <strong>de</strong> su marcha. Una noche, apoyado en <strong>un</strong> bastón y embozado en su capa, salió a ver a don Lorenzo Arrazo<strong>la</strong> y a recoger <strong>la</strong>s cre<strong>de</strong>nciales <strong>de</strong> los ministros <strong>de</strong> Estado y <strong>de</strong> <strong>la</strong> Gobernación. Esperó en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l ministro, y el secretario le trajo dos reales ór<strong>de</strong>nes: <strong>un</strong>a, en <strong>la</strong> que Pérez <strong>de</strong> Castro mandaba a los cónsules y vicecónsules prestasen apoyo personal a <strong>Aviraneta</strong>, y <strong>la</strong> otra, <strong>de</strong> Cal<strong>de</strong>rón Col<strong>la</strong>ntes, or<strong>de</strong>nando lo mismo a los jefes políticos y <strong>de</strong>más autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>pendientes <strong>de</strong>l Ministerio <strong>de</strong> <strong>la</strong> Gobernación. Se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> Arrazo<strong>la</strong> y se marchó con sus documentos en el bolsillo. Hizo sus preparativos <strong>de</strong> marcha, y días antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Madrid se le presentó en <strong>la</strong> mo<strong>de</strong>sta casa <strong>de</strong> huéspe<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle <strong>de</strong> Carretas el general Rodil. Rodil era <strong>un</strong> señor pequeño, f<strong>la</strong>co, empaquetado, <strong>de</strong> cara estrecha, nariz <strong>la</strong>rga, ojos j<strong>un</strong>tos, cejas finas, boca <strong>de</strong> <strong>la</strong>bios <strong>de</strong>lgados y pelo rubio, que comenzaba a b<strong>la</strong>nquear. Este antiguo masón tenía aire <strong>de</strong> zorro, pero <strong>de</strong> <strong>un</strong> zorro sin gran malicia. —Amigo <strong>Aviraneta</strong> —le dijo Rodil—, Espartero ha sabido que usted va a salir <strong>de</strong> Madrid con <strong>un</strong>a comisión <strong>de</strong>l Gobierno, y ha dado or<strong>de</strong>n terminante, a<strong>un</strong>que reservada, a los cuatro p<strong>un</strong>tos cardinales <strong>de</strong> <strong>la</strong> monarquía para que se le prenda a usted. —¿Cómo lo pue<strong>de</strong> usted saber, mi general? —Bástele a usted saber que lo sé, y <strong>de</strong> buena tinta. No le digo a usted <strong>la</strong>s intenciones que llevará nuestro dictador. Des<strong>de</strong> el momento que i<strong>de</strong>ntifique su persona, se le fusi<strong>la</strong>rá inmediatamente. Amigo <strong>Aviraneta</strong>, hágame usted caso y suspenda usted el viaje. —¿No me pue<strong>de</strong> usted <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> le viene <strong>la</strong> noticia, mi general? —¿Para qué lo quiere usted saber? —contestó Rodil. <strong>Aviraneta</strong> dio <strong>la</strong>s gracias al general y le confesó que era cierto que le habían dado <strong>un</strong>a nueva comisión para ver si podía sembrar <strong>la</strong> discordia entre los facciosos <strong>de</strong> Cataluña por iguales o parecidos medios a los empleados por él en <strong>la</strong>s provincias vasco-navarras. Quiso hacer confesar a Rodil <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> estaba enterado <strong>de</strong> <strong>la</strong> comisión que le daba <strong>de</strong> nuevo el 133
Pío Baroja A v i r a n e t a o l a v i d a d e u n c o n s p i r a d o r Gobierno, pero Rodil calló. Cuando el general se marchó, mandó <strong>un</strong>a esque<strong>la</strong> a Pita Pizarro contándole lo ocurrido, y Pita Pizarro fue inmediatamente a su casa y le dijo: —Esto creo que no pasa <strong>de</strong> ser <strong>un</strong>a intriga <strong>de</strong> los ayacuchos. No haga usted caso. Espartero no tiene atribuciones para or<strong>de</strong>nar <strong>un</strong>a cosa así. Si fuera capaz <strong>de</strong> hacerlo se vería con nosotros y le daríamos <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>. Yo no puedo obligarle a que se vaya; sin embargo, yo que usted no suspen<strong>de</strong>ría el viaje. —Nada —respondió don Eugenio—, voy; no quiero que se diga que tengo miedo. 134