Aviraneta, o la vida de un conspirador - AMPA Severí Torres

Pío
Baroja A v i r a n e t a o l a v i d a d e u n c o n s p i r a d o r
sociedad se denominaría El Aventino. Aviraneta tuvo que explicar a los socios lo que significaba
eso del Aventino. Llegaron a ser hasta veintisiete afiliados, repartidos entre Irún, San Sebastián, San
Juan de Luz y Fuenterrabía. El Aventino hizo algunas cosas de gracia que, si no pasaron a la
Historia, dieron mucho que hablar a la gente.
El aterrorizar al pueblo era uno de los ideales de los asociados; en una borda del camino del
Bidasoa, donde se reunían, inventaron que había duendes; un carnero misterioso salía y atacaba al
que osaba aproximarse. La gente sentía miedo, y de noche nadie se acercaba por allí. Algunos de los
socios llegaron también a asustarse, a pesar de saber que tanto el carnero misterioso como los
duendes habían salido de sus propias cabezas. Para conocerse de noche, los afiliados tenían como
contraseña dar el grito del mochuelo, al que se contestaba con un silbido suave. Una vez subieron
un macho cabrío con un cencerro al balcón de una vieja muy beata y muy enemiga de los
aventinianos; otra noche taparon, escalando el tejado, el agujero de la chimenea del alcalde. No hay
que decir cómo se puso la primera autoridad municipal. Juró que metería en la cárcel a medio
pueblo.
Hubo emisarios de las logias que pasaron por Irún y fueron a visitar a Aviraneta como masón y
presidente del Aventino. Uno de estos emisarios fue un señor que se llamaba don Rafael de.
Lazcano y Eguía. Llevaba una carta del marqués de Beauharnais, entonces embajador de Francia en
Madrid, y tenía la misión de visitar las logias masónicas de España. Lazcano blasonaba de liberal y
de jacobino, pero siempre que podía lucía su parentesco: «El marqués de Tal, que es mi primo;
Fulano, que es mi pariente». Lazcano y Eguía era sobrino de don Ignacio Manuel de Altuna, y
recitaba trozos de las Confesiones, de Juan Jacobo Rousseau, en donde se cita con gran elogio al
joven guipuzcoano.
Aunque no le era simpático, le oía Aviraneta con mucho gusto, sobre todo cuando hablaba de la
época de la revolución de París, hirviente de clubs, borracha de sangre, de gloria y de retórica. Por
encima de todos sus motivos de orgullo ponía Lazcano el haber estado en París en la época de la
Revolución y presenciar las jornadas del terror.
Estas conversaciones atizaban el fuego que empezaba a arder en el alma de Aviraneta y le infundían
la idea de que los jóvenes de su edad debían hacer en España lo que los Vergniaud, los Petion
y los Robespierre hicieron en Francia. Esta idea le daba sueños de gloria; le hacía creerse capaz de
dirigir multitudes. Al mismo tiempo comenzaba a sentir una sospecha de predestinación, como
todos los ambiciosos. Un día se presentaron en casa de Aviraneta dos jóvenes, eran militares de la
guarnición de Behobia. En el curso de la conversación le dijeron que se estaba conspirando
seriamente en Francia contra Bonaparte, y en España contra Carlos IV. Uno de los militares se
llamaba Gontran de Frassac, joven y gascón, teniente de dragones. El otro, Horacio Sanguinetti, de
apellido italiano, de más edad, tenía grado de capitán. Varias veces fue Eugenio a Behobia a visitar
a sus nuevos amigos, y ellos con frecuencia visitaban la casa de Aviraneta. Intimaron hasta el punto
de hablarse de tú. Le enseñaron a montar a caballo y a tirar a las armas, le convirtieron en
espadachín y en buen jinete.
El gascón, buen muchacho, de cabeza ligera, republicano por romanticismo, más aficionado a
beber, a cantar y a seguir a las muchachas que a ocuparse de política, era exagerado en todo, y
hablaba intercalando los pardi y los sacrebleu. El italiano, frío, reconcentrado, muy patriota y muy
fanático, explicaba una porción de cosas que, por falta de cultura anterior, Aviraneta no
comprendía. Esta frase de Maquiavelo citaba con frecuencia en sus conversaciones:
Io indico bene questo che sia meglio essere impetuoso que rispetivo, perche la fortuna e donna.
Aviraneta estaba, desde luego, dispuesto a ser impetuoso y no rispetivo, pero había que esperar la
ocasión.
El año 1808 vivía Aviraneta en Irún todavía muchacho, aunque bastante precoz, para soñar con
empresas políticas y revolucionarias.
Como presidente del Aventino, estaba en relación con las logias de Bayona, con la de Bilbao, la
más importante, y la de Vitoria.
Los afiliados de Irún eran todos jóvenes, menos un señor ya viejo, organista de iglesia, tipo
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