Aviraneta, o la vida de un conspirador - AMPA Severí Torres

Pío
Baroja A v i r a n e t a o l a v i d a d e u n c o n s p i r a d o r
XX
MÉJICO
AL día siguiente, Aviraneta tomaba un asiento en la berlina de la diligencia de Burdeos. A su
llegada a Burdeos escribió un billete a don Juan José Sangróniz, comerciante y corresponsal de
Alzate e Ibargoyen, de Méjico. A la hora de haberlo recibido se presentaron en el hotel Richelieu,
que era donde se alojaba, Sangróniz y el primo de Aviraneta, Berroa, a quien no había visto desde
que tenía ocho años. Berroa dijo que el tío Ibargoyen llegaría dentro de quince días o un mes. En
este intervalo pensaba Berroa ir a Irún a ver a los parientes, y de allí a San Ignacio de Loyola.
Aviraneta, después de poner su pasaporte en regla, acompañó a su primo hasta San Sebastián, en
donde estuvo seis días en casa de su tío don Sebastián Ignacio de Alzate.
Marchó a Irún; se hospedó en la fonda de Echeandía, a recordar los tiempos de su niñez. De allí a
algunos días se presentó el primo Berroa de vuelta de sus ejercicios espirituales. Desde su llegada,
observó Aviraneta en su semblante gran cambio. Pocos días después le dijo Sangróniz en confianza
que su primo hablaba de don Eugenio como de un hereje.
Dos meses más tarde de su llegada a Burdeos apareció el tío Ibargoyen. Fueron Sangróniz y
Aviraneta a recibirle a Royan; venía en una fragata.
Era Ibargoyen hombre de más de sesenta años, alto, grueso, sonrosado, jovial, franco, generoso y
amigo de francachelas. Toda su vida fue empleada en el comercio de China con Nueva España. Comenzó
su carrera de piloto en las naos de Acapulco.
Ganó millones y se los gastó alegremente.
El tío Ibargoyen intimó con Aviraneta; éste le contó las vicisitudes de su vida y le relató el triste
final del Empecinado, metido en una jaula en Roa.
—¿Dónde está Roa? —le preguntó Ibargoyen. Aviraneta se lo enseñó en el mapa de España.
—¡Imposible! —dijo él—. Si estuviera encerrado en la prisión de un pueblo de la costa, yo era
capaz de armar un barco para socorrerle; pero ahí, tan tierra adentro, es completamente imposible.
Ibargoyen determinó adquirir un cargamento para venderlo en el mercado de Veracruz y otros
pueblos de la costa mejicana.
Compraron grandes partidas de sedería francesa y varios miles de cajas de vino de Burdeos y
Champagne.
Por entonces, un naviero vizcaíno, llamado Maíz, establecido en Burdeos, acababa de construir
un bergantín, y se decidió hacer la expedición en él.
Estibado el cargamento y listo el buque, fueron todos una mañana a la catedral de Burdeos a oír
la misa de partida.
En una lancha grande se embarcaron el armador y los demás interesados en la expedición. En el
bergantín estaba puesta la mesa sobre cubierta; hacía un tiempo delicioso.
Comieron, hubo los discursos de rúbrica, se levaron las anclas y comenzaron a navegar por el
Garona abajo hasta Royan.
Se despidieron de todo el mundo, cruzaron la barra, y se pusieron en franquía.
A los seis días de salir de Burdeos pasaron a la vista del pico de Teide, en Tenerife.
Entraron en el golfo de las Damas y en la zona de los vientos alisios, disfrutando de una temperatura
deliciosa. Todos los días comían pan fresco cocido en el horno del barco y agua deliciosa de los
aljibes que enfriaban con nieve. Con veinte carneros y gran número de gallinas tuvieron carne
fresca hasta su arribo a San Tomás.
Cruzaron la línea de los trópicos, y llegó la fiesta de los marineros, que remojaron con cubos de
agua a todos los que por primera vez pasaban el ecuador. Un marinero vestido de dios Neptuno, con
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