151-25 - Biblioteca Católica Digital
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violencias sexuales, sea en formas fraudulentas o vulgares,<br />
refinadas o macabras, que recorre toda la historia<br />
de la pareja. No es sólo el general resquebrajamiento<br />
de la comunión de amor, triste realidad que vemos<br />
consumarse a menudo en tantas familias con la separación,<br />
el divorcio o la resignada cohabitación. A. Frossard,<br />
periodista y escritor francés, observaba con tanta<br />
ironía como razón, que «de todas las cosas humanas,<br />
el amor es la única que no quiere explicaciones. Los<br />
amantes que "se explican" son los que están a punto<br />
de separarse.»<br />
Esta miseria de la pareja o de las relaciones interpersonales<br />
puede descender hasta abismos insondables<br />
de perversión, violencia y humillación. Puede llegar a<br />
afectar hasta a las parejas más serenas, puede convulsionar<br />
la existencia, la moral, la fe y el amor, manchándolos<br />
de forma irremediable. Este lapidario versículo<br />
del Génesis oculta en su interior, como en un<br />
oscuro coágulo, un infinito y tétrico rosario de ignomias<br />
y sufrimientos. En la película Anunciación del<br />
director húngaro A. Jeles (1984), basada en un poema<br />
dramático de Imre Madach, La tragedia del hombre<br />
(1861), se pone en escena a Adán, cuyo pecado consiste<br />
en querer conocer el futuro. Lucifer hace desfilar<br />
ante sus ojos escenas históricas clásicas en las que aparece<br />
el hombre en el papel de algunos crueles conductores<br />
de la humanidad. Adán se despierta horrorizado,<br />
siente náuseas y piensa suicidarse. Pero entonces<br />
vuelve los ojos hacia Eva, que le declara que está encinta.<br />
Se ha iniciado ya la línea genealógica del pecado,<br />
con su cúmulo de males, de violencia, de sangre...<br />
Pasemos ya a la sentencia contra el hombre (v. 17-<br />
19)- Se marca en ella la línea de fractura de una segunda<br />
relación, la del hombre con la naturaleza, una frac-<br />
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tura eficaz y radical, expresada a través de la maldición<br />
divina. El pecado rompe la armonía entre la humanidad<br />
y la naturaleza, el trabajo es ahora alienante, la<br />
tierra es hostil y se rebela contra el hombre, que de soberano<br />
se ha transformado en tirano egoísta y prepotente.<br />
La relación con la tierra, en la que había sido<br />
puesto el hombre para que «la cultivara y guardara»<br />
(2,15), no es ya ennoblecedora, no es ya una emocionante<br />
aventura, sino una tortura, un peso soportado<br />
«con dolor y con el sudor del rostro». Encontramos en<br />
estas palabras el drama entero de la ciencia, de la técnica<br />
y del trabajo cuando enloquecen y devastan el paraíso<br />
terrestre de la creación. Nuestra sensibilidad moderna<br />
nos permite comprender cuan terrible es este<br />
desequilibrio entre el hombre y la naturaleza. Si el<br />
autor sagrado hubiera escrito en nuestros días, en<br />
aquellos «cardos y espinas» habría visto todas las agresiones<br />
perpetradas contra el ambiente por el egoísmo<br />
industrial, habría introducido también la pesadilla<br />
nuclear, expresión de una naturaleza pervertida por el<br />
hombre, una naturaleza que también, a su vez, se torna<br />
rebelde y amenazadora, se transforma en una realidad<br />
hostil.<br />
La mención de la tierra devastada y árida suscita en<br />
la mente del escritor bíblico la imagen del mundo<br />
subterráneo y de la muerte. La muerte, componente<br />
estructural de la limitación humana, se vive en el pecado<br />
bajo formas trágicas. No es ya un abrazo gozoso<br />
con Dios, sino que se la contempla como un hundimiento<br />
en el polvo de la nada. Es un poco aquella desconsolada<br />
experiencia del Qohélet: «Porque una es la<br />
suerte del hombre y de la bestia: muere aquél como<br />
ésta muere y uno solo es el hálito de ambos. No tiene,<br />
pues, ventaja el hombre sobre la bestia: todo es vani-<br />
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