151-25 - Biblioteca Católica Digital
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V<br />
«FORMÓ AL HOMBRE DEL POLVO<br />
DE LA TIERRA, INSUFLÓ<br />
EN SUS NARICES...»<br />
(Génesis 2,4b-9)<br />
^Cuando Yahveh-Dios hizo la tierra y los cielos,<br />
''no había aún sobre la tierra ningún arbusto campestre,<br />
ni había brotado ninguna hierba del campo, porque<br />
Yahveh-Dios no había hecho llover todavía sobre<br />
la tierra y no existía hombre que cultivara el suelo;<br />
6 pero brotaba de la tierra un venero que regaba toda<br />
la superficie de la tierra. 7 Entonces Yahveh-Dios formó<br />
al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices<br />
aliento de vida y fue el hombre ser viviente.<br />
^Plantó Yahveh-Dios un jardín en Edén, al Oriente,<br />
y puso allí al hombre a quien había formado. 9 Y<br />
Yahveh-Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles<br />
gratos a la vista y de frutos sabrosos; y también el<br />
árbol de la vida en medio del jardín y el árbol de la<br />
ciencia del bien y del mal.<br />
Se abre ahora el primer gran fresco de la tradición<br />
Yahvista (siglo X a.C). Como ya hemos indicado en<br />
la introducción general, su propósito es trazar el sentido<br />
profundo de la realidad, sobre todo de la experiencia<br />
humana. Aquí, más destacadamente aún que en el<br />
primer relato de la creación —el que acabamos de leer<br />
en el cap. 1—, es el hombre el protagonista total. En<br />
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torno a él y sobre él se diseña el proyecto divino de la<br />
creación. Un proyecto presidido por la armonía, en el<br />
que Dios quiere que participe ha- 'adam, «el Hombre»<br />
en hebreo, es decir, aquel Adán que está en nosotros,<br />
en nuestro padre y en nuestros hijos. En la forma narrativa<br />
sapiencial seguida por el autor bíblico aquel<br />
primer Adán no es sino un modo simbólico de representar<br />
a todos los Adanes, es decir, a la humanidad<br />
total.<br />
Como veremos más adelante, el proyecto divino<br />
abarca una trama de armonía entre el hombre y Dios,<br />
entre el hombre y el cosmos, entre el hombre y sus semejantes.<br />
Desgraciadamente, este armonioso tejido se<br />
verá desgarrado por el pecado del hombre, que pretendió<br />
poner en marcha un plan alternativo al de<br />
Dios. Pero, de momento, en este cap. 2 nos hallamos<br />
ante la tabla luminosa del díptico, que tendrá en el<br />
cap. 3 su réplica oscura y antitética. Para emplear la<br />
expresión de un poeta norteamericano, Robert Lowell,<br />
estamos «en aquel tiempo amable, cuando el hombre,<br />
todavía con el permiso de crecer, no caído y sin compañía,<br />
escuchaba sólo al increado Verbo divino». Su<br />
primera relación, en efecto, es la que mantiene con el<br />
Creador, descrita en nuestro pasaje a través de expresiones<br />
simbólicas.<br />
Sobre el telón de fondo está el silencio del ser. Si<br />
para el precedente relato sacerdotal el hombre fue la<br />
última criatura, el ápice del cosmos, aquí, en cambio,<br />
entra en escena como el primero de todos los seres, entre<br />
otras cosas porque sin él la creación casi no tendría<br />
sentido, no tendría nombre. En los v. 5-6 se describe<br />
la nada como ausencia de lluvia, es decir, del elemento<br />
fecundador, aunque se la presenta como criatura y<br />
no como el semen divino que contemplaban los cultos<br />
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