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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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es. No suplico para poseer la felicidad ni la fascinación<br />

de la poesía. Oro para que toda mi vida pueda<br />

poseer el amor. ¡Que pueda yo siempre alegrarme por<br />

el amor de amarte!»<br />

Esta misma fidelidad amorosa a Dios es también el<br />

emblema del segundo personaje, Henok, que «caminó<br />

con Dios», expresión simbólica para indicar una existencia<br />

consagrada al Señor.<br />

Justamente a través de este «camino» se evita que<br />

la vida se hunda en el abismo de la nada. De hecho,<br />

en Gen 5,22 se nos dice que, al final de su existencia<br />

terrena, a Henok «se lo llevó Dios», tal como acontecería<br />

más tarde con el profeta Elias, arrebatado al cielo<br />

en un carro de fuego (2Re 2,11). La expresión verbal<br />

«se lo llevó Dios» es una primera formulación de la fe<br />

de Israel en la inmortalidad bienaventurada. El reto<br />

blasfemo de los «hijos de Dios» y las «hijas de los hombres»<br />

había reducido a la humanidad a la prisión del<br />

tiempo y a los límites de la condición de criatura. La<br />

fidelidad religiosa de Henok muestra a la humanidad<br />

la posibilidad de una comunión eterna con el Dios de<br />

la vida. Una vez más el salmista declara: «Tú, cierto,<br />

no abandonas mi vida ante el seol, no dejas a tu amado<br />

ver la fosa. Tú me muestras la senda de la vida:<br />

contigo, la alegría hasta la hartura; a tu diestra, delicias<br />

sempiternas» (Sal 16,10-11).<br />

El hombre que está en comunión con Dios por medio<br />

de la gracia durante su existencia terrena se halla<br />

ya en cierto modo invadido por la eternidad y arrancado<br />

a las fauces de la muerte. Ya en sus días caducos<br />

siembra una semilla de eternidad, porque Dios está<br />

con él y él con Dios. La inmortalidad no es sino el florecimiento<br />

final de un germen que ha sido depositado<br />

ya en el suelo de nuestra existencia terrena y de nues-<br />

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tro cuerpo mortal. «Yo estoy siempre contigo, tú cogiendo<br />

mi diestra. Con aviso me guías para ponerme<br />

en dignidad» (Sal 73,23). La inmortalidad bíblica no<br />

es la platónica, que remite a una vida sin fin como<br />

cualidad específica y prerrogativa del ser espiritual del<br />

alma. La eternidad bíblica es la participación en la<br />

«gloria» misma de Dios, en su vida y es, por tanto, un<br />

don que gusto por anticipado cuando comienzo a existir<br />

en comunión con Dios durante mi vida terrena. La<br />

fidelidad a él es ya un ensayo de eternidad.<br />

Esta es nuestra gran espera, nuestra esperanza y nuestro<br />

gozo. «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?<br />

¿Tribulación o angustia, o persecución, o hambre,<br />

o desnudez, o peligro, o espada?... Sin embargo, en todas<br />

estas cosas vencemos plenamente por medio de aquel<br />

que nos amó. Pues estoy firmemente convencido de que<br />

ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente<br />

ni lo futuro, ni ninguna otra cosa creada podrá<br />

separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús,<br />

Señor nuestro» (Rom 8,35.37-39). Cuanto más dejemos<br />

que Dios inunde nuestra vida con su palabra y<br />

su acción, más sentiremos que se desvanece el temor de<br />

la muerte y que brilla la aurora de la eternidad. Confiemos<br />

la conclusión a un testimonio incandescente, el de<br />

Dostoievski en Los demonios: «Mi eternidad es indispensable,<br />

porque Dios no quiere cometer una iniquidad<br />

ni apagar del todo el fuego del amor que ha encendido<br />

para él en mi corazón. ¿Hay algo más querido y<br />

más fuerte que el amor? El amor es superior a la vida,<br />

es la coronación de la vida. ¿Cómo es, pues, posible que<br />

no se le someta la vida? Si he comenzado a amarle durante<br />

mi vida terrena y si me he alegrado con su amor,<br />

¿es posible que me extinga a mí y a mi amor y me convierta<br />

en nada? Si existe Dios, también yo soy inmortal.»<br />

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