151-25 - Biblioteca Católica Digital
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gracia, quienes conocen y hablan de la Biblia sólo indirectamente,<br />
sin haber leído con atento cuidado todas<br />
sus páginas. Para ellos resulta hasta cierto punto<br />
verdadero aquello que Víctor Hugo cuenta irónicamente<br />
en su libro El arte de ser hombre. Cierta vez<br />
había ido al zoo con su nieto. Cuando el niño vio un<br />
cocodrilo, señalándolo con el dedo exclamó: «¡Mira,<br />
abuelo, es de monederos!» Hay muchas personas que<br />
se alimentan de sucedáneos de la Biblia y, al final,<br />
concluyen cambiando por sucedáneos incluso el mismo<br />
original, deformando así el gusto y la vista del espíritu.<br />
Es preciso insistir en la importancia de la exégesis<br />
para una seria lectura espiritual de la Escritura. Una<br />
verdadera «exégesis» es —de acuerdo con la etimología<br />
de esta palabra griega— un «sacar», «llevar» (hegeomai)<br />
«fuera» (ek) del texto sus contenidos reales, su<br />
mensaje, su verdad. Como decía el filósofo Martin<br />
Heidegger, «interpretar es decir lo no dicho del texto»,<br />
de modo que florezcan todas sus potencialidades.<br />
Son muchos, en cambio, y por desgracia, los que<br />
cultivan la «exégesis», es decir, un «meter», un «llevar»<br />
(hegeomai), «dentro» (eis) del texto bíblico sus propias<br />
ideologías, sus esperanzas, visiones e intenciones, corrompiendo<br />
así las páginas bíblicas. Es necesario poner<br />
coto al abuso de la palabra de Dios perpetrado por las<br />
sedicentes lecturas espirituales que, en realidad, son<br />
sólo espiritualistas y sentimentales, personales y forzadas,<br />
ilegítimas e incluso falsas. La condición preliminar<br />
inamovible es el amor al texto en su significado<br />
primario, conquistado con paciencia y respeto. No<br />
deja de ser sugerente que, en épocas pasadas, los padres<br />
de la Iglesia, los hombres y los escritores espirituales<br />
y también numerosos fieles, se supieran de memoria<br />
tantas y tantas páginas de la Biblia. No se trataba<br />
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de un mero aprendizaje mnemotécnico, sino de un sumergirse<br />
en el texto mismo hasta llegar a poseerlo y<br />
convertirlo en el propio lenguaje espontáneo, en el<br />
propio pensamiento. No es casual que en francés<br />
aprender «de memoria» sea aprender par coeur, es decir,<br />
«a través del corazón», en y del corazón, por el corazón.<br />
La memoria auténtica es adhesión, es página<br />
viva en la que confluyen fielmente las verdades más<br />
queridas y las más fecundas.<br />
Pero, una vez conquistado el sentido original del<br />
texto, es necesario «ir más allá del versículo», como decía<br />
el filósofo judío francés Emmanuel Lévinas. Es preciso<br />
captar el mensaje para revivirlo, para reactualizarlo.<br />
Desde el centro auténtico hay que llegar hasta la<br />
periferia de nuestro hoy. Y es aquí donde brota la lectura<br />
espiritual. Si se alcanza sólo el significado de las<br />
páginas de la Escritura, pero sin transcribirlo y encarnarlo,<br />
se olvida una de las dimensiones fundamentales<br />
de la Biblia: es, sin duda, un texto literario con sus<br />
propias leyes retóricas, estilísticas, literarias e históricas<br />
que se deben respetar, pero es también, y sobre todo,<br />
anuncio, revelación, propuesta de vida, «faro que<br />
alumbra los pasos» del hombre en la vida (Sal<br />
119,105). Aquí se inicia la aventura de la fe, que va<br />
más allá de la letra, tras haberla conquistado.<br />
Quien se detiene en la letra, cae en un fetichismo<br />
deletéreo, porque, como nos recuerda Pablo, «la letra<br />
mata, sólo el espíritu vivifica» (2Cor 3,6). Este es el<br />
drama de una lectura espiritualista fundamentalista<br />
tal como la que llevan a cabo los Testigos de Jehová.<br />
Quien se pare en las palabras mismas, sin revivirlas, es<br />
un coleccionista de hechos pasados. Tiene en sus manos<br />
las téseras de un mosaico, pero carece del esplendor<br />
del conjunto, que es el único modo de dar sentido<br />
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