151-25 - Biblioteca Católica Digital
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ía, muchas veces representada en la imagenería<br />
«aplastando la cabeza» de la serpiente. Es la gran visión<br />
del cap. 12 del Apocalipsis, en la que «una mujer<br />
vestida de sol» y encinta da a luz un hijo contra el que<br />
se lanza «un gran dragón de un rojo encendido»: «El<br />
dragón se detuvo ante la mujer que estaba a punto de<br />
alumbrar para devorar a su hijo cuando le diera a luz»<br />
(v. 4) Pero la victoria se decanta del lado de la mujer<br />
y de su hijo, es decir, de la Iglesia y de Cristo, de María<br />
y del Hijo de Dios, mientras que «el gran dragón, la<br />
serpiente antigua, el que se llama Diablo y Satanás, el<br />
que seduce al universo entero, fue arrojado a la tierra»<br />
(v. 9).<br />
El texto del Génesis se convierte así en un «protoevangelio»,<br />
un anuncio de esperanza, aunque su tenor<br />
inicial era proclamar la realidad de la historia humana<br />
como un gran campo de batalla en el que se enfrentan<br />
sistemáticamente el bien y el mal, el linaje de la serpiente<br />
y el de la mujer. Es cierto que la maldición<br />
inunda la historia de oscuridad y de tensión, pero la<br />
bendición que se derramará sobre Abraham (cap. 12)<br />
indicará que Dios quiere introducir también en esta<br />
historia luces y paz. En definitiva, aunque la serpiente<br />
«acecha», el bien es más fuerte y «aplasta». Esta página,<br />
a pesar de todo su crudo realismo, nos invita a rechazar<br />
la impresión constante de que siempre vence el<br />
mal. Y lo hace no tanto en virtud de su tenor inmediato,<br />
sino más bien en razón del contexto, es decir, de<br />
aquella vasta trayectoria que es la historia de la salvación.<br />
Este pasaje no conoce sólo el pecado, sino también<br />
la redención, no comprende sólo la lucha sino<br />
también la paz, no incluye sólo el temor sino también<br />
la esperanza, no está marcado sólo por el juicio sino<br />
también por la salvación.<br />
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De momento domina sin duda el tono oscuro, al<br />
igual que en la mayor parte de los 11 primeros capítulos<br />
del Génesis. Aquel Dios que nos busca, que nos<br />
conturba, que nos interpela incluso cuando huimos de<br />
él para escondernos, no puede no verse afectado por<br />
el mal que lleva a cabo su criatura más amada. En uno<br />
de sus relatos, el escritor judío y premio Nobel de literatura<br />
del año 1978 I.B. Singer observaba: «Cada vez<br />
que me ocurre reflexionar sobre el hombre moderno<br />
y sobre la desilusión que experimenta ante su propia<br />
cultura, la mente me lleva a la historia de la creación<br />
tal como ha sido narrada por el genio que ha escrito<br />
el libro del Génesis. También la creación del hombre<br />
fue una desilusión para Dios, hasta el punto de que<br />
quiso destruir aquella obra maestra que se había corrompido.»<br />
La desilusión divina llega a su cénit con la<br />
narración del diluvio. Pero ya en estas líneas parece<br />
aflorar la amarga sorpresa de Dios, expresada por los<br />
profetas a propósito de las maldades de Israel: «Esperaba<br />
de ellos justicia y hay iniquidad; honradez y hay<br />
alaridos» (Is 5,7).<br />
Dios no asiste indiferente a las vicisitudes humanas.<br />
Cuando la Biblia recurre a los antropomorfismos<br />
y nos habla de la ira, de la ternura, de la pasión, de<br />
los celos, del arrepentimiento, etc., de Dios, quiere<br />
mostrarnos un Dios partícipe de la historia, atento a<br />
las tragedias y a los esplendores del hombre. Más aún,<br />
llega a penetrar incluso en los meandros tenebrosos en<br />
los que el hombre intenta ocultarse: «¿Adonde de tu<br />
hálito me iría? ¿Adonde podría huir de tu mirada?...<br />
Si dijera: Que me encubran al menos las tinieblas y<br />
por luz en torno a mí sea la noche, ni las mismas tinieblas<br />
eclipsan para ti y la noche esplende como el día,<br />
da lo mismo la luz o las tinieblas» (Sal 139,7.11-12).<br />
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