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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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autor quiere más bien insistir en el hecho de que la<br />

justicia humana depende siempre de Dios cuando lleva<br />

a cabo la acción de «pedir cuenta» de la vida. Se trata,<br />

por supuesto, de una antigua justificación —y<br />

también de una restricción— de la pena de muerte.<br />

Toda sentencia capital, afirma el autor bíblico, es<br />

siempre una delegación de Dios y sólo debe recurrirse<br />

a ella como protección de la vida, como salvaguarda<br />

simbólica del derecho divino sobre la vida violada del<br />

asesino. Quedan, por tanto, excluidas todas las restantes<br />

motivaciones para ampliar las causas de la condena<br />

a muerte, como ocurría a menudo en el Antiguo<br />

Oriente, incluido el pueblo de Israel.<br />

Pero no se detiene aquí la revelación divina. Conviene<br />

seguir el hilo que se prolonga en los libros bíblicos<br />

hasta desembocar en el monte de Galilea, en el<br />

que resuenan las palabras del perdón, del amor, de la<br />

no violencia absoluta (Mt 5,21-26.38-47). O llegar<br />

hasta el huerto de Getsemaní, en Jerusalén, donde<br />

Cristo, rememorando la frase del Génesis, rechazará<br />

toda reacción violenta y toda idea de venganza: «Vuelve<br />

tu espada a su sitio; porque todos los que empuñan<br />

espada, a espada morirán» (Mt 26,52). A esta conclusión<br />

debe llegar todo creyente, rechazando la fácil lógica<br />

de la venganza, que no hace sino prolongar la marea<br />

de sangre que la humanidad ya ha derramado, y<br />

recusando el simplicísimo recurso a la pena de muerte,<br />

señal de una justicia todavía primitiva, precristiana y<br />

humanamente brutal. Si se me permite una observación<br />

personal, estoy escribiendo estas líneas ante la biblioteca<br />

particular de Cesare Beccaria, ahora en nuestro<br />

estudio de Prefecto de la <strong>Biblioteca</strong> Ambrosiana de<br />

Milán. En las ordenadas filas de los volúmenes encuadernados<br />

vemos el precioso manuscrito de Dei delitti<br />

184<br />

e delle pene, obra maestra de este célebre jurista y político<br />

milanés (1738-1794), cuya hija Giulia fue la madre<br />

de Alessandro Manzoni. Hay una modesta llamada<br />

dirigida a todos nosotros en este testimonio «laico»<br />

y «racional» contra la pena de muerte para impedir<br />

todo derramamiento de sangre, incluso el llevado a<br />

cabo en nombre del Estado y del pueblo.<br />

Una vez más, como en la narración del cap. 4 sobre<br />

Caín y Abel y sobre Lámele, la Biblia nos pone ante los<br />

ojos la tragedia de la violencia, de la sangre derramada<br />

bajo mil formas, desde los inicios mismos de la existencia<br />

hasta los umbrales de la muerte. Querríamos<br />

añadir una consideración marginal respecto de la<br />

alianza entre Dios y Noé. Tanto la tradición judía<br />

como la cristiana han intentado extraer del cap. 9 del<br />

Génesis la serie de los llamados «mandamientos noáquicos»,<br />

es decir, de los compromisos éticos básicos a<br />

que estarían obligados todos los hombres, judíos o no.<br />

Se trataría de un septenario de mandamientos: no comer<br />

la carne con su sangre, no matar, no adorar los<br />

ídolos, no blasfemar, no cometer incesto, no robar, reconocer<br />

la autoridad. Nos hallamos frente a una ampliación<br />

libre y discutible de un texto muy circunscrito<br />

y riguroso. De todas formas, podemos descubrir en<br />

esta tradición un elemento sugestivo: Dios establece<br />

con toda la humanidad una relación de alianza, de<br />

diálogo, de revelación, justamente en la figura de<br />

Noé, emblema de un Adán justo, es decir, de todos<br />

los hombres que buscan a Dios con corazón sincero.<br />

En el amplio y bello capítulo dedicado a Noé en<br />

el volumen Los sanios paganos del Antiguo Testamento,<br />

el cardenal Daniélou afirma que «la alianza establecida<br />

con Noé corresponde a la religión cósmica,<br />

asequible a toda la humanidad, y versa esencialmente<br />

185

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