151-25 - Biblioteca Católica Digital
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fascinación tentadora del vino, no sólo ha pasado a ser<br />
tema popular para el arte de todos los siglos (baste recordar<br />
los frescos de Miguel Ángel en la bóveda de la<br />
Capilla Sixtina o el bajorrelieve de Jacopo della Quercia<br />
en la basílica de San Petronio de Bolonia), sino que<br />
constituye también una de las páginas más discutidas<br />
de la historia de la cultura humana. Se ha recurrido a<br />
ella para sostener no sólo la diversidad de las razas (lo<br />
que podría ser legítimo), sino también la inferioridad<br />
de unas razas respecto de otras, y en concreto la inferioridad<br />
de la raza camito-africana. Pero, más allá y<br />
por encima de las lecturas literalistas de la narración,<br />
debemos interrogar al texto para descubrir su verdadero<br />
sentido y despojarlo de todo cuanto hasta hoy día<br />
ha sedimentado sobre sus palabras.<br />
Comencemos por los antecedentes. Lo que la narración<br />
bíblica intenta es describir los orígenes de la viticultura<br />
y esta constatación puede proporcionar ya<br />
una base para la reflexión sobre la virtud de la templanza.<br />
Es éste uno de los temas más frecuentes dentro<br />
de la tradición moral tanto laica como religiosa. Resulta<br />
más necesaria que nunca en nuestros días, con la<br />
desaparición de muchas inhibiciones y la irrupción de<br />
comportamientos vulgares. El despilfarro, los abusos,<br />
el frenesí de la sociedad del bienestar inficionan incluso<br />
conciencias antes más vigilantes. Es cierto que todas<br />
las realidades terrenas son buenas y, como se declara<br />
en el Salmo 104, «el vino hace alegre el corazón humano»<br />
(15). Pero está siempre al acecho el riesgo de los<br />
excesos y he aquí la lenta degeneración vivamente descrita<br />
en los Proverbios: «¿A quién los ayes? ¿A quién<br />
los lamentos? ¿A quién las disputas? ¿A quién los gemidos?<br />
¿A quién los golpes sin motivo? ¿A quién los<br />
ojos nublados? A los que se entretienen con el vino y<br />
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van en busca de licores. No mires el vino: ¡Cómo colorea!<br />
¡Cómo chispea en la copa! ¡Con qué suavidad se<br />
desliza! Termina por morder como un áspid y pica<br />
como una víbora. Tus ojos verán cosas extrañas, tu corazón<br />
mascullará insensateces; estarás como acostado<br />
en el mar, como quien duerme en la traviesa de un<br />
mástil. Me han pegado y no me ha dolido. Me han<br />
golpeado, y no me he dado cuenta. ¿Cuándo despertaré?<br />
¡Volveré a buscar más!» (23,29-35).<br />
Pero volvamos ya a la historia de Noé y de sus hijos.<br />
Cam fue condenado porque «vio la desnudez de<br />
su padre» mientras era víctima de los efluvios del alcohol.<br />
Ahora bien, «descubrir la desnudez» es a menudo,<br />
en el lenguaje de la Biblia, una expresión simbólica<br />
para indicar el acto sexual (Lev 18,8.14.16): en tal<br />
caso, se estaría aludiendo a un incesto de Cam con alguna<br />
de las mujeres del harén de su padre. Pero el hecho<br />
de que a continuación se diga que los hermanos<br />
Sem y Jafet «cubrieron la desnudez de su padre» hace<br />
pensar más genéricamente en una falta de respeto de<br />
Cam frente al jefe de la familia. Y asoma así otro tema<br />
de reflexión. El Génesis nos había mostrado hasta ahora<br />
la degradación —provocada por el pecado— de las<br />
relaciones entre el hombre y la mujer (cap. 3), entre<br />
hermanos (cap. 4) y entre el hombre y Dios (caps. 3<br />
y 6). Ahora resulta afectada otra relación fundamental,<br />
la que se da entre padres e hijos. Se trata de una<br />
relación cardinal dentro de la estructura social, hasta<br />
el punto de que se halla protegida por un mandamiento<br />
solemne acompañado de una bendición:<br />
«Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen<br />
tus días sobre la tierra que Yahveh, tu Dios, te<br />
va a dar» (Ex 20,12).<br />
Se perfila, así, un compromiso de amor respecto<br />
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