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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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a él la paloma con una rama verde de olivo en su pico,<br />

por donde supo Noé que habían disminuido las aguas<br />

de sobre la tierra. n Esperó aún otros siete días, y soltó<br />

la paloma, que ya no volvió más a él.<br />

li En el año seiscientos uno, en el primer mes, el<br />

primero del mes, se habían secado las aguas sobre la<br />

tierra. Retiró Noé la cubierta del arca y miró, y he aquí<br />

que la superficie de la tierra se había secado. i4 En el<br />

mes segundo, a los veintisiete días del mes, estaba ya<br />

seca la tierra.<br />

Dios no abandona a la deriva su creación, sino que<br />

recupera para el ser la semilla de la humanidad, de los<br />

animales y de la materia. La tradición Sacerdotal describe,<br />

en efecto, a lo largo de toda su versión del diluvio,<br />

la renovación de la vida como una «recreación»,<br />

modelada sobre la filigrana de la primera creación.<br />

Justamente en el pasaje que ahora estamos meditando<br />

se hace visible este contrapunto a través de los paralelos<br />

que ahora indicamos. Leemos, por ejemplo, en los<br />

v. 5 y 14: «Aparecieron las cimas de los montes... y la<br />

tierra se había secado.» En el cap. 1, al describir la<br />

creación, se utilizó esta frase: «Dijo Dios... Reúnanse<br />

en un lugar las aguas y aparezca lo seco» (v. 9). Unas<br />

pocas líneas más adelante, en el pasaje que leeremos<br />

a continuación, aparece esta sentencia: «A todos los<br />

animales de toda carne que están contigo: aves, ganados<br />

y todo reptil que se arrastra sobre la tierra, los harás<br />

salir contigo, para que pululen por la tierra, fructifiquen<br />

y se multipliquen sobre la tierra» (8,17). En el<br />

cap. 1 se leía, en paralelismo: «Dijo Dios: Bullan las<br />

aguas en un hervidero de seres vivientes y vuelen aves<br />

sobre la tierra... Y Dios los bendijo diciendo: Sed fecundos<br />

y multiplicaos» (1,20.22). Aunque el mundo<br />

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ha atravesado catástrofes impresionantes, hay una señal<br />

de estabilidad y de continuidad, de esperanza y de<br />

vida, y esta señal es la voluntad creadora de Dios. Así,<br />

al final del diluvio veremos repetirse las bendiciones<br />

que el Creador había pronunciado en los inicios mismos<br />

de la creación.<br />

Llegados ya al límite máximo del ciclón destructor,<br />

cierra Dios las cataratas del cielo y lanza un viento impetuoso<br />

que va secando poco a poco la superficie de<br />

la tierra. Noé, tras haber explorado por medio de aves<br />

viajeras la nueva situación climática, y tras haber recogido<br />

del pico de una paloma la señal de la nueva vida<br />

pacífica del cosmos (la rama de olivo), sale del arca,<br />

que se había posado sobre el monte Ararat. Este nombre<br />

aparece citado otras tres veces en la Biblia, pero<br />

indica siempre una región que los textos asiriobabilonios<br />

llaman Urartu y que debe situarse probablemente<br />

en la actual Armenia. Pero la tradición popular<br />

ha querido buscar un monte preciso para el suave<br />

«aterrizaje» de la nave de Noé y ha elegido una<br />

cumbre todavía hoy llamada Ararat. Con una altura<br />

de 5156 metros, se eleva en las cercanías del lago Van,<br />

en la actual Turquía oriental. Resulta curioso advertir<br />

que su nombre persa es Kó-i-Nun, es decir, «el monte<br />

de Noé».<br />

Han sido múltiples las tentativas llevadas a cabo en<br />

el curso de la historia por identificar con exactitud este<br />

monte. La tradición judía y la islámica han recurrido,<br />

por ejemplo, a un monte en el Kurdistán, llamado al-<br />

Chudi, un pico de 4000 metros, que descuella sobre<br />

la llanura mesopotámica, es decir, sobre la escena del<br />

diluvio. En El Corán se lee: «Se oyó la voz divina: ¡Tierra,<br />

engulle tu agua! ¡Cielo, detente! El agua decreció,<br />

quedó cumplida la orden y el arca se posó sobre el<br />

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