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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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Es una violencia que quebranta el equilibrio de la<br />

ley del talión, basada en la justicia distributiva (a una<br />

ofensa se respondía con otra ofensa igual, suavizando<br />

así el contencioso), y opone la retorsión sin límites,<br />

que sigue siendo, todavía hoy día, la base del comportamiento<br />

de algunos Estados e individuos. Alguien<br />

me ha hecho un rasguño. Pues bien: lo mato. Uno me<br />

ha causado una herida. Yo lo extermino. Alguien ha<br />

ofendido a mi familia o a mi nación. Lo ataco sin tregua<br />

hasta erradicarlo de la tierra de los vivos. Este espíritu<br />

vindicativo y opresor invade —consciente o<br />

inconscientemente— incluso a personas por encima de<br />

toda sospecha, a menudo pacíficos burgueses bienpensantes<br />

que, apenas se les toca en lo vivo, se transforman<br />

en justicieros implacables. El monstruo de la<br />

violencia dormita en nuestro interior y está al acecho,<br />

ante la puerta blindada de nuestras habitaciones,<br />

como ya decía el Génesis en la narración de Caín (4,7).<br />

El por otra parte tan amable y distanciado filósofo<br />

I. Kant escribía tranquilamente, en su Crítica del juicio,<br />

que «la guerra, aunque oprime al género humano<br />

con terribles calamidades, es un estímulo más para<br />

desarrollar hasta el más alto grado todos los talentos de<br />

la cultura.»<br />

Volvemos así al nexo antes subrayado entre ciencia<br />

y pecado. Cuántas veces la ciencia se pone a servicio de<br />

los artefactos militares; cuántas veces se encuentran excusas<br />

«morales» para justificar las guerras; cuántas veces<br />

se buscan justificaciones para la violencia del Estado<br />

o para la pena de muerte; cuántas veces se tiene el<br />

convencimiento de que a la razón o la religión les asiste<br />

el derecho a imponerse incluso por la fuerza. Ya<br />

uno de los padres de la filosofía, el griego Heráclito,<br />

en un fragmento (n. 14) declaraba (¿complacido o<br />

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desconsolado?) que «la guerra es padre y rey de todas<br />

las cosas». Y cuántos son, todavía hoy día, los que razonan<br />

con la mentalidad del «superhombre» o con<br />

aquella retórica dictatorial según la cual, sin la sal de<br />

la guerra, se impondría la hegemonía de los castrados,<br />

de los imbéciles, de los cobardes. Es necesario mantener<br />

bajo vigilancia todas estas metástasis que invaden<br />

el cuerpo de la sociedad y de la historia. Aludiendo a<br />

la locura nazi, pero abarcando todas las formas de<br />

opresión y de violencia, el dramaturgo Berthold<br />

Brecht dirige a su público, al término de La resistible<br />

ascensión de Arturo U¿, esta advertencia: «Aprended<br />

que es preciso ver, y no mirar al vacío, que es preciso<br />

actuar y no hablar. Este monstruo estaba a punto, una<br />

vez más, de gobernar el mundo. Los pueblos lo extinguieron,<br />

pero no cantemos victoria demasiado pronto;<br />

el seno del que nace es todavía fecundo.»<br />

El cristiano debe ser hombre de paz, porque «los<br />

que practican la paz serán hijos de Dios» y «los sufridos<br />

heredarán la tierra» (Mt 5,5.9). «Yo os digo<br />

—prosigue Jesús en el Sermón de la montaña— amad<br />

a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen»<br />

(Mt 5,44). Y también: «Si alguien te pega en la mejilla<br />

derecha, preséntale también la otra; y al que quiere<br />

llevarte a juicio para quitarte la túnica, déjale también<br />

el manto» (Mt 5,39-40). Jesús alude incluso al canto<br />

de Lámek cuando, a la pregunta de Pedro: «Señor,<br />

¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano? ¿Hasta<br />

siete veces?», responde: «No te digo siete veces, sino<br />

setenta veces siete» (Mt 18,21-22). Pongamos fin aquí<br />

a nuestra reflexión sobre este pasaje que, al igual que<br />

los precedentes, se debe transformar en un examen de<br />

conciencia. Volvamos sobre su conjunto, en su relación<br />

entre ciencia y violencia (la relación entre violen-<br />

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