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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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Aflora, pues, una reflexión sobre la brevedad de la<br />

vida, tema que ha dictado páginas de extraordinaria<br />

intensidad a la Biblia, como, por lo demás, a todas las<br />

literaturas. Canta el salmista: «Hazme, Señor, saber<br />

mi fin y cuál es la medida de mis días, para ver cuan<br />

efímera es mi suerte. Velo: hiciste mis días de unos<br />

palmos, mi existencia ante ti como una nada: en total<br />

no es más que un soplo cuanto el hombre subsiste»<br />

(Sal 39,5-7). Esta es nuestra auténtica biografía. A los<br />

969 años de Matusalén y a los cientos de años de los<br />

personajes citados en el cap. 5, a los 365 años de Henok,<br />

todas ellas cifras simbólicas para describir una<br />

plenitud de vida y de paz, se contraponen ahora los<br />

120 años, una duración simbólicamente bloqueada,<br />

que luego será reducida, con visión realista, en el Salmo<br />

90: «Nuestra vida es setenta años, ochenta años la<br />

vida de los más fuertes» (v. 10).<br />

Esta página bíblica vuelve a ponernos ante los ojos<br />

el sentido del límite humano frente al orgullo tecnicista<br />

de nuestro tiempo; nos invita a mirar sin falsos pudores<br />

ni ilusiones esta fecha que todos llevamos idealmente<br />

grabada en la frente, la fecha de nuestra<br />

muerte. Platón había declarado que «los que aman la<br />

sabiduría estudian continuamente la muerte». Cuanto<br />

más busca el hombre asegurarse la vida física, tanto más<br />

se le escapa —como por trágica ironía— de las manos.<br />

Una vez más vuelve a insistir el salmista: «Ni uno de<br />

ellos es capaz de salvar a su hermano, ni de pagar a<br />

Dios rescate por sí mismo. Demasiado elevado es el<br />

precio de sus vidas y habrán de renunciar definitivamente.<br />

¿Podrán vivir por siempre y no ver la destrucción?...<br />

El humano no entiende en su opulencia, es<br />

comparable a las bestias que perecen» (Sal 49,8.10.21).<br />

Ello no obstante, nuestro texto presenta, frente a<br />

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la falsa religiosidad y la muerte, un cuadro luminoso<br />

de rasgos positivos. Tiene por protagonistas a dos descendientes<br />

de Adán, dos criaturas mortales por tanto,<br />

no dos «hijos de Dios»: son Enós y Henok. De Enós se<br />

dice que «fue el primero en invocar el nombre de Yahveh».<br />

El original hebreo utiliza aquí el nombre sacro<br />

e inefable de Dios, YHWH que más tarde le será revelado<br />

específicamente a Moisés y a Israel en el Sinaí y<br />

que nosotros solemos pronunciar «Yahveh». Para la<br />

tradición Yahvista a la que pertenece la nota de Gen<br />

4,26, el nombre personal de Dios es accesible no sólo<br />

a los hijos de Israel, sino a todos los hijos del hombre.<br />

Hay, pues, una revelación cósmica abierta a todas las<br />

criaturas, de la que surgen un culto y una espiritualidad<br />

universales y que permite el nacimiento de «santos<br />

paganos», como definiría el cardenal Daniélou,<br />

con hermosa expresión, a los varios Enós, Henok,<br />

Noé, Job, Rut, etc., de origen no hebreo y, sin embargo,<br />

celebrados como modelos en la Biblia.<br />

Frente a todo integrismo, la Biblia nos invita a acoger<br />

este inmenso suspiro de fe que brota de todos los<br />

pueblos y todas las religiones. Nos invita a no ser tacaños<br />

como Jonás, molesto porque también los enemigos<br />

ninivitas podían convertirse y llevar a cabo buenas<br />

obras. Nos invita a recoger los tesoros de espiritualidad<br />

presentes en tantas expresiones religiosas, «porque<br />

desde el lugar por donde sale el Sol hasta el lugar de<br />

su ocaso, mi nombre es grande entre las naciones, y en<br />

todo lugar, un sacrificio humeante se ofrece a mi nombre,<br />

una oblación pura, porque grande es mi nombre<br />

entre las naciones, dice Yahveh Sebaot» (Mal 1,11). Es<br />

realmente imposible no considerar un don de Dios<br />

oraciones de tan alta espiritualidad como esta invocación<br />

india: «No pido para ser rico ni colmado de hono-<br />

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