151-25 - Biblioteca Católica Digital
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cios de los dos hermanos. En realidad, con la expresión<br />
«complacerse en el sacrificio» el autor sagrado<br />
pretende dar a entender que Abel era próspero, bendito<br />
de Dios, feliz. Y es precisamente este dato el<br />
que desencadena la violencia. La verdadera raíz del<br />
pecado de Caín es la envidia, descrita con vivos colores<br />
en el v. 5: «Caín se irritó sobremanera y su semblante<br />
se abatió.» En hebreo, la irritación aparece definida<br />
como ira ardiente. La envidia es como un<br />
fuego devorador que produce también efectos de devastación<br />
psicológica (el abatimiento del rostro).<br />
La envidia por las cosas de otro, por sus éxitos,<br />
por la serenidad del hermano, queda prohibida también<br />
en el noveno y el décimo mandamientos («No<br />
desearás...») y asemeja a una enfermedad de la que<br />
es difícil liberarse. «La envidia es la caries de los huesos»,<br />
sentencia el libro de los Proverbios (14,30). Y<br />
Jesús nos invita a combatir la envidia que nace del<br />
corazón junto con otros vicios (Me 7,22). Más en concreto,<br />
podemos afirmar que la competencia económica<br />
desenfrenada, sin leyes y sin moral, genera rivalidades<br />
y enemistades y puede llegar hasta el crimen.<br />
Está chorreando sangre la historia de nuestros días,<br />
con los monstruos de las multinacionales, de la droga,<br />
de la mafia, de la camorra, de las luchas financieras.<br />
El padre de la envidia despiadada y de la competencia<br />
frenética es el diablo, como dice el libro de la<br />
Sabiduría: «Por la envidia del diablo entró la muerte<br />
en el mundo» (2,24).<br />
El pecado nos asedia con su fuerza demoníaca, se<br />
ramifica sutilmente en nuestro interior, crece de día<br />
en día en el corazón. Es magnífica la imagen usada<br />
en el v. 7: «El pecado está a la puerta, en acecho.»<br />
Basta tan sólo con dejar abierto un resquicio y entrará<br />
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en tu casa. Y, sin embargo, continúa la Biblia, el<br />
hombre no es un esclavo absoluto de los instintos<br />
perversos; su libertad, aunque herida, sigue existiendo.<br />
Nuestra responsabilidad es siempre auténtica y<br />
puede dominar el mal. Antes de acusar a fuerzas exteriores<br />
a nosotros, debemos autodenunciarnos en un<br />
serio examen de conciencia. Pero Caín se ha entregado<br />
ya totalmente al demonio del odio y de la envidia.<br />
Sólo tiene ante sí una meta, matar al objeto que<br />
le atormenta.<br />
Se alza el alba de aquel día trágico, descrito en la<br />
Biblia con una sola pincelada de enorme intensidad<br />
y esencialidad: «Y cuando estuvieron en el campo,<br />
Caín se levantó contra su hermano, Abel, y lo mató»<br />
(v. 8). En esta acción se condensan millones y millones<br />
de otros gestos que se repetirán a lo largo de la<br />
historia. De este acto nace aquel alud de violencia<br />
que penetrará y convulsionará la sociedad. En este<br />
acto condena la Biblia la violencia social, dondequiera<br />
anide. Caín es el símbolo de la violencia deliberada,<br />
consciente y adulta, y es también el signo de las<br />
luchas fratricidas que ensangrentarán a menudo las<br />
páginas bíblicas (baste recordar el contraste entre<br />
Isaac e Ismael, entre Esaú y Jacob, entre José y sus<br />
hermanos).<br />
Es una violencia que a menudo se oculta bajo el<br />
nombre de «justicia». Caín quería resolver lo que<br />
consideraba que era una injusticia que se le hacía. En<br />
la novela Vigilia de Navidad, el escritor F. Parazzoli<br />
observa, remitiéndose precisamente a nuestro texto<br />
bíblico: «El hombre aprendió a porfiar con Dios y a<br />
matar por justicia. Una cadena de errores. La prueba<br />
de todo es que la justicia la hace el que tiene el poder<br />
de hacerla y según sus propias reglas. Nadie piensa<br />
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