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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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conciencia y que descubre al hombre su delito y su<br />

«desnudez».<br />

Como ya se ha visto a propósito de la desnudez serena<br />

(2,<strong>25</strong>), este símbolo representa la realidad de la<br />

limitación del ser humano. El hombre justo vive en<br />

paz con su finitud, con su limitación; el hombre orgulloso,<br />

en cambio, se avergüenza, se ofende, se rebela.<br />

La voz de Dios pasa como un rayo luminoso que perfora<br />

las tinieblas y el embotamiento de la conciencia y<br />

te obliga a enfrentarte con tu drama, con tu pobreza,<br />

con la miseria y el pecado. No deja de ser curiosa la<br />

tentativa, poco menos que infantil, de los protagonistas,<br />

que se esfuerzan por descargar sobre otros la responsabilidad<br />

de su falta. El hombre recurre a la mujer,<br />

a la que antes había ensalzado como «ayuda acomodada<br />

a él» y compañera perfecta, y que ahora pasa<br />

a ser un peso «puesto a mi lado» por Dios. La mujer<br />

descarga la responsabilidad sobre la serpiente engañadora,<br />

pero Dios rechaza estas ingenuas autodisculpas<br />

y actúa como un gran juez, que va derechamente al<br />

núcleo esencial de la querella. Sus sentencias son inapelables.<br />

No contienen sólo la condena del pecado<br />

sino que ponen un sello definitivo a la ruina que el<br />

hombre ha querido provocar con sus propias manos.<br />

La primera sentencia (v. 14-15) domina el pasaje<br />

que ahora estamos meditando y va dirigida contra la<br />

serpiente. El autor tiene aquí presente, sin duda, un<br />

elemento popular: intenta explicar por qué la serpiente<br />

despierta tanta repugnancia, por qué se arrastra por<br />

el polvo y es tenido por animal impuro. Pero más allá<br />

de este dato un tanto folclórico, presente en numerosas<br />

culturas, existe una sólida dimensión teológica. A<br />

través de la serpiente tentadora que se arrastra por tierra<br />

se quiere indicar la humillación (la palabra expresa<br />

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bien la idea también por el hecho de que evoca el humus<br />

de la tierra) del ídolo reducido a polvo. El pecado<br />

es vergüenza, es un arrastrarse por el fango, es humillación<br />

de la dignidad del hombre. El pecador se hace<br />

la ilusión de alzarse por encima de los cielos, cuando<br />

en realidad se hunde en un pantano cenagoso. Llamado<br />

a horizontes supremos, el hombre se encuentra<br />

aprisionado en un nido de víboras.<br />

La maldición de Dios a la serpiente se prolonga<br />

luego en la descripción de la lucha cerrada que estallará<br />

entre el linaje de la serpiente —es decir, los pecadores—<br />

y el linaje de la humanidad justa. Fluye del<br />

pecado una tensión que penetra toda la historia. Es<br />

como si se estableciera un duelo continuo entre el bien<br />

y el mal. Es una batalla constante entre el bien y el<br />

mal. El texto hebreo emplea el mismo verbo para expresar<br />

las ideas «aplastar» la cabeza de la serpiente y<br />

«acechar» el talón y, aunque con diversos significados,<br />

intenta sugerir que el desafío entre el bien y el mal tiene<br />

carácter permanente. Pero la lectura tradicional ha<br />

querido romper este hilo de tensión y ha entendido el<br />

pronombre de manera personal (es decir, «ésta» te<br />

aplastará la cabeza). El sujeto, ahora, no es ya el linaje<br />

humano en su conjunto genérico, sino una persona<br />

concreta y cualificada, el Mesías. Con él, la lucha contra<br />

el mal experimentará un vuelco decisivo.<br />

El profeta Isaías describe, en efecto, el mundo<br />

inaugurado por el Mesías como un horizonte de paz,<br />

en el que la serpiente no será ya peligrosa, sino que se<br />

insertará en la armonía de la creación: «El lactante jugará<br />

en la hura de la víbora, en la madriguera del<br />

áspid meterá la mano el recién destetado» (11,8). La<br />

tradición cristiana dará un paso más y verá en el pronombre<br />

«ésta» un alusión a la madre del Mesías, Ma-<br />

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