151-25 - Biblioteca Católica Digital
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logias, aunque a menudo son más simbólicas que históricas,<br />
como ocurre con la de Jesús tal como la presentan<br />
Mt 1 y Le 3, tenían valor jurídico y social) de una<br />
trayectoria salvífica. Eran la descripción de las raíces de<br />
aquel árbol al que llegaba la linfa del presente. Eran<br />
la fuente de todos aquellos dones, de aquella «heredad»<br />
que se había recibido a través de las diversas etapas<br />
de la historia de la salvación.<br />
Bajo esta luz podemos entender la página de Gen<br />
11, a primera vista fría y constelada de nombres exóticos,<br />
como una invitación a redescubrir las raíces históricas<br />
y espirituales de nuestra fe. Es un llamamiento a<br />
acoger la tradición viva, la que llega hasta nosotros<br />
a través de todo el itinerario de Israel, de Cristo y de la<br />
Iglesia. Lejos de ser una rígida codificación de normas<br />
y de comportamientos o una simple secuencia de personas,<br />
o una helada imposición de doctrinas, como<br />
querrían los conservadores y fundamentalistas, la tradición<br />
auténtica es la conciencia de formar parte de un<br />
cuerpo que crece, es la certeza de estar en el interior<br />
de un designio que Dios extiende en el tiempo y en<br />
el espacio. Las enseñanzas de la tradición no son incrustaciones<br />
que sofoquen la fuerza primordial de la<br />
palabra de Dios. Parafraseando una metáfora con la<br />
que la espiritualidad oriental define la Filocalía, el<br />
texto clásico de la teología espiritual de Oriente, podemos<br />
decir que la palabra de Dios es el Sol y la tradición<br />
representa sus rayos, que fluyen sobre nosotros, nos<br />
envuelven, nos penetran y nos calientan.<br />
La genealogía de Abraham tiene a sus espaldas<br />
otros numerosos eslabones, enumerados en el citado<br />
cap. 10 y en 11,10-26. Es el testimonio de una lenta<br />
progresividad antes de alcanzar la meta. El Nuevo Testamento<br />
habla de «plenitud de los tiempos»: es nece-<br />
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sario que el flujo de los tiempos siga el curso proyectado<br />
por Dios. En dicho curso hay cambios, caídas, degeneraciones.<br />
¡Cuántas maldiciones, cuántos delitos<br />
anidan en los primeros capítulos del Génesis antes de<br />
que aparezca la luz de Noé y la bendición de Abraham!<br />
Es, por tanto, indispensable seguir los ritmos de<br />
Dios, cuyos caminos no son nuestros caminos, cuyos<br />
proyectos se entrechocan con nuestros programas,<br />
nuestras prisas y nuestros temores. La virtud fundamental<br />
del creyente que camina a lo largo de las generaciones<br />
históricas es la esperanza. Por lo demás, como<br />
escribía Lutero, «la esperanza se encuentra por doquier,<br />
y todo cuanto se hace en el mundo se hace en<br />
nombre de la esperanza: ningún agricultor sembraría<br />
ni un solo grano sin la esperanza de una abundante<br />
cosecha». Un filósofo ateo, pero en búsqueda, como<br />
Ernst Bloch (1885-1977), había afirmado, con razón,<br />
que «donde hay esperanza, hay siempre religión».<br />
Y, al fin, he aquí, para quien ha aguardado y esperado,<br />
la sorpresa. De entre aquellos nombres oscuros<br />
y sin grandeza enumerados en las precedentes páginas<br />
del Génesis, surge la estrella de Abraham. La<br />
historia modesta y cotidiana, tejida de horas y de días<br />
monótonos, de acontecimientos a menudo vacíos, de<br />
actos que se disuelven en la nada, de cosas que parecen<br />
hojas que flotan en el pantano del recuerdo, del<br />
pasado y del silencio, se convierte en seno fecundo que<br />
genera al hijo de la promesa, a la espera de engendrar<br />
al hijo de la realidad divina. Resulta luminosa, aunque<br />
cronológica y espiritualmente sea lejana, una parábola<br />
de la obra maestra china Chuang-Tzu. «Entre<br />
las muchas virtudes de Chuang-Tzu se hallaba su habilidad<br />
para el dibujo. El rey le pidió que le dibujara<br />
un cangrejo. Chuang-Tzu le dijo que necesitaba cinco<br />
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