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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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De ahí que el Señor no dude en presentarse en la<br />

Biblia a veces también con rostro femenino, por ejemplo,<br />

cuando se le aplica un término hebreo (rajamim)<br />

que recuerda las «entrañas maternas» y que de ordinario<br />

se traduce con el pálido adjetivo de «misericordioso».<br />

O como cuando leemos en Isaías: «¿Olvida una<br />

mujer a su niño, una madre al hijo de sus entrañas?<br />

Pues, aunque ellas lo olvidaren, yo no me olvidaría de<br />

ti» (49,15). Para conocer a Dios tan importante es el<br />

hombre como la mujer, porque ambos son su espejo.<br />

Éste es el esplendor y la experiencia matrimonial cantadas<br />

en páginas intensas de los profetas (Os 1-3; Ez<br />

16; Is 54; 62) o en el Cantar de los cantares. Esta es<br />

la belleza teológica del hombre y de la mujer. Un<br />

mundo en el que se contemple a la mujer como «menor<br />

de edad», o en el que se la reduzca a un rango secundario,<br />

no refleja la voluntad y perfil íntimo de<br />

Dios.<br />

Esta criatura, doble en su estructura pero única en<br />

su misión y su dignidad, recibe de Dios una investidura<br />

regia: «Domine sobre los peces del mar, sobre las<br />

aves del cielo, sobre los ganados, sobre la tierra y sobre<br />

todo reptil que se arrastra sobre la tierra» (v. 26). Es<br />

preciso insistir en este dominio glorioso frente a toda<br />

exageración materialista, panteísta o ecologista. Tienen<br />

siempre un valor decisivo las palabras de Pascal:<br />

«El hombre es sólo un caña, la más frágil de toda la<br />

naturaleza; pero es una caña que piensa. No hace falta<br />

que se dé cita el universo entero para aniquilarlo: un<br />

vapor, una gota de agua basta para acabar con él. Pero<br />

incluso aunque el universo lo aplastara, el hombre seguiría<br />

siendo más noble que aquello que le mata, desde<br />

el momento en que sabe lo que es morir y sabe la<br />

ventaja que el universo tiene sobre él; el universo, en<br />

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cambio, no sabe nada» {Pensamientos, n. 264, ed.<br />

Chevalier).<br />

Afirmada con vigor la dignidad «regia» del hombre<br />

y de la mujer en el concierto de lo creado, no es<br />

menos indispensable subrayar que el señorío humano<br />

no es autonomía absoluta y brutal. De Dios recibe la<br />

humanidad su primado. Y ha sido este mismo Dios<br />

quien ha creado y juzgado todas las restantes realidades<br />

como «buenas». El hombre no tiene la facultad de<br />

abusar y de destruir a su capricho. Esta página que celebra<br />

la «bondad» de toda la creación confiada al hombre<br />

y a la mujer se convierte, por tanto, en acta de acusación<br />

contra la sociedad cuando altera con violencia<br />

y egoísmo el equilibrio de lo creado, sobre el que sólo<br />

goza de usufructo. Se convierte en acta de acusación<br />

contra la tiranía vanidosa, ciega y a menudo cruel de<br />

la humanidad, que rompe, devasta, ensucia y humilla,<br />

con su egoísmo irracional e inicuo, «las obras de las<br />

manos de Dios». El hombre debería ser, muy al contrario,<br />

el liturgo de la creación, el que hace visible y<br />

audible la alabanza implícita y secreta que asciende al<br />

Creador del Sol y de la Luna, de las «fúlgidas estrellas»,<br />

de la nieve y la niebla, del «viento de la ventisca»,<br />

de las colinas, de los árboles frutales, de los cedros,<br />

de las fieras y ganados, de los reptiles y las aves,<br />

como canta el Salmo 148.<br />

Con la creación del hombre y de la mujer se cierran<br />

los seis días simbólicos de la acción divina que más<br />

adelante la tradición cristiana denominaría el «hexámeron»,<br />

palabra griega que significa justamente los<br />

«seis días» del acto creador divino. A ellos dedicará san<br />

Ambrosio muy hondas meditaciones. A él y a su obra<br />

Hexámeron acudiremos para poner fin a nuestra breve<br />

reflexión sobre el sexto día. Se trata de un texto de una<br />

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