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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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«recuerdo» bíblico es nuestra profesión de fe, que hace<br />

actual y contemporáneo el acto del pasado por el que<br />

Dios introduce al fiel en los avatares de la salvación.<br />

La exhortación constante del Deuteronomio es justamente<br />

«recordar», sobre todo cuando se producen<br />

situaciones de bienestar y de riqueza que pueden obnubilar<br />

la conciencia. Entonces, en efecto, es fácil «olvidar»<br />

los dones de Dios, su salvación, su creación:<br />

«Acuérdate de Yahveh, tu Dios, que fue quien te dio<br />

fuerza para procurarte riqueza... pero si te olvidas de<br />

Yahveh, tu Dios... yo os hago saber que ciertamente<br />

pereceréis» (Dt 8,18-19). «Acordarse» se convierte, en<br />

este sentido, en el mandamiento fundamental, paralelo<br />

a aquel de amar a Dios con todo el corazón, con<br />

toda el alma y con todas las fuerzas.<br />

Según estas ideas, la fiesta bíblica por excelencia<br />

es zikkaron, «memorial». En el mundo cananeo —es<br />

decir, en las poblaciones indígenas de la Tierra prometida—<br />

el culto era la repetición cíclica de los arquetipos<br />

divinos en el marco del movimiento fijo de las<br />

estaciones. Para la liturgia bíblica, en cambio, el culto<br />

consiste en hacer actual y contemporáneo el evento<br />

salvífico pasado, mediante el «recuerdo» eficaz y sacramental<br />

del rito. Así, la Pascua no es ya una fiesta de<br />

la estación de la primavera, sino la celebración del don<br />

continuo de la libertad alcanzada en el éxodo. Pentecostés<br />

no es la fiesta de la cosecha, sino la del don de<br />

la Ley en el Sinaí y de la nueva alianza en el Espíritu.<br />

La solemnidad de las Tiendas no es ya la fiesta de la<br />

vendimia, sino la de la peregrinación por el desierto<br />

hacia la tierra de la libertad. Orar es, pues, recordar.<br />

Es muy sugerente, en este sentido, el Salmo 77. El suplicante<br />

se agita en el lecho, en una noche poblada de<br />

angustia. Una duda le atormenta: «¿Acaso Dios se ha<br />

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olvidado de nosotros? ¿Tal vez se han agotado sus gracias<br />

hasta el fin, callado por las generaciones su palabra?<br />

¿Se habrá Dios olvidado de tener compasión y cerrado,<br />

de enojo, sus entrañas?» (v. 9-10). La solución<br />

emerge lentamente de las nieblas de la duda cuando<br />

el salmista «recuerda» el éxodo pasado, señal de un<br />

amor indefectible. Y para ello cita un espléndido himno<br />

sobre la salida de Egipto (v. 17-20), raíz de la esperanza<br />

presente.<br />

El hecho de «acordarse» de Dios es también el<br />

principio de la conversión, como dice Miqueas en uno<br />

de sus pasajes de mayor capacidad expresiva. El profeta<br />

se imagina un «pleito» que Dios abre contra su pueblo.<br />

Para llegar a un veredicto positivo, se «recuerdan»<br />

las acciones salvíficas del pasado, las que acontecieron<br />

en el éxodo, las victorias sobre los enemigos en el desierto,<br />

la entrada por Guilgal en la tierra prometida.<br />

«¿Qué te hice, pueblo mío? ¿En qué te he molestado?<br />

¡Respóndeme! Yo te saqué de la tierra de Egipto, te<br />

rescaté de la casa de esclavitud y envié delante de ti a<br />

Moisés, a Aarón y a María. Recuerda, pueblo mío, lo<br />

que había tramado Balaq, rey de Moab, lo que le respondió<br />

Balaam, hijo de Beor, y lo que sucedió desde<br />

Sittim hasta Guilgal, para que reconozcas las hazañas<br />

de Yahveh» (Miq 6,3-5). «Recordando» los gestos de<br />

amor es cómo el corazón del pecador se abre al reconocimiento,<br />

al amor, a la conversión.<br />

El «recuerdo» divino es la base de nuestra existencia,<br />

como testifica la historia emblemática de Noé. No<br />

estamos en manos de un destino ciego. El poeta latino<br />

Terencio declaraba que «la vida humana es como un<br />

juego de dados» y Séneca, lapidario, afirmaba que «el<br />

mundo es como un teatro cuyo único espectador es<br />

Dios». Más áspero se muestra Platón cuando en las<br />

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