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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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que hay debajo de todos los cielos. 20 Las aguas subieron<br />

quince codos por encima de los montes, y quedaron<br />

éstos totalmente cubiertos.<br />

n Toda carne que se movía sobre la tierra pereció:<br />

aves, ganados, animales salvajes y todo ser que pulula<br />

sobre la tierra, y todo hombre. 22 Todo lo que tenía<br />

hálito de espíritu de vida en sus narices, de cuanto<br />

existía en la tierra firme, murió.<br />

2i 'Así fueron exterminados todos los seres existentes<br />

sobre la haz de la tierra, desde el hombre a la bestia,<br />

y los reptiles y las aves del cielo; todos fueron exterminados<br />

de la tierra, quedando sólo Noé y los que<br />

estaban con él en el arca.<br />

El cuadro está enteramente ocupado por la terrorífica<br />

irrupción de las aguas. Caen como cascadas desde<br />

el cielo (el término hebreo se refiere a las violentas lluvias<br />

invernales) y suben desde el gran abismo, es decir,<br />

desde el inmenso océano que, según las concepciones<br />

cosmológicas orientales, se hallaba en la parte inferior<br />

del mundo. Sobre él se alzaba la plataforma terrestre,<br />

apoyada sobre columnas que hundían sus cimientos<br />

en el fondo del abismo. Las aguas formidables y victoriosas<br />

suben más y más y su nivel llega a cubrir las cimas<br />

de los montes, reduciendo la tierra a una enorme<br />

extensión de agua y fango. Alcanzado el punto máximo<br />

del ciclón destructor, Dios bloqueará las cataratas<br />

del cielo y lanzará un viento impetuoso que poco a<br />

poco secará la superficie terrestre. Pero, mientras tanto,<br />

todo el horizonte está sumergido bajo esta mortífera<br />

oleada, todo está envuelto en el sudario de la muerte:<br />

«Así fue exterminado todo ser viviente sobre la haz<br />

de la tierra.»<br />

Como ya se ha dicho en anteriores ocasiones, las<br />

160<br />

aguas son el símbolo primordial de lo opuesto a la<br />

creación, del caos y de la nada, que asaltan continuamente<br />

la creación intentando corroerla y resquebrajarla.<br />

En el cap. 1 del Génesis la división de las aguas era<br />

el signo de la creación divina. Y todo aquel capítulo,<br />

perteneciente a la tradición Sacerdotal, que está presente<br />

también en nuestro pasaje, era el diseño del paso<br />

del caos al cosmos, de la nada al ser. Pero la obra divina<br />

no es un acto instantáneo y remoto, sino que debe<br />

ser una intervención continua, porque el ser humano<br />

y material puede rajarse y verse arrastrado al borde<br />

mismo del abismo. Y de ahí precisamente la irrupción<br />

de las catástrofes, de los cataclismos y de las tragedias<br />

en la historia. De todo ello se quiere encontrar algo así<br />

como un símbolo sintetizador en el diluvio.<br />

Se pone, pues, también aquí el acento en el misterio<br />

de Dios y de la creación, aunque sin perder de vista,<br />

como hacía la tradición Yahvista, la limitación y la<br />

maldad de la criatura humana. Podemos evocar una<br />

vez más el indescifrable misterio de la acción divina:<br />

aparece en todo su «escándalo» cuando el hombre se<br />

enfrenta a las catástrofes, a los terremotos, a las inundaciones<br />

o al mal físico que de improviso hace acto de<br />

presencia en un niño o en una madre sin remisión y<br />

sin esperanza. Este es precisamente el centro espiritual<br />

de muchas de las más incandescentes páginas de la Biblia.<br />

De entre todas ellas, recordaremos aquí aquella<br />

obra maestra poética y teológica que es el libro de Job.<br />

Por un lado, el autor bíblico está firmemente convencido<br />

de que este misterio no puede ser «racionalizado»<br />

—es decir domesticado mediante un fácil teorema<br />

teológico— como querrían ciertos consoladores de oficio,<br />

más bien inclinados a salvar a Dios y su honor a<br />

costa del hombre. Pero Dios es tan grande que no ne-<br />

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