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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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de la superpotencia oriental; una explicación de la diversidad<br />

lingüística difundida por la tierra; la diáspora<br />

de los pueblos en formas culturales diversas y a menudo<br />

opuestas; el tema del urbanismo, es decir, de la significación<br />

y de los riesgos de reunirse en ciudades,<br />

simbólicamente representadas por la «torre».<br />

Este último elemento nos remite evidentemente al<br />

ziqqurat (o ziggurat), el templo mesopotámico de escalones<br />

en cuya cima se situaba el santuario de la divinidad.<br />

En la potente Babilonia se tipifica y se condensa<br />

la trágica tarea que tiene que llevar a cabo todo<br />

pueblo para pasar de la vida nómada a la sedentaria.<br />

Es una experiencia que en nuestros días alcanza rasgos<br />

dramáticos en el interior de las ciudades superpobladas,<br />

aglomeradas, comprimidas, transidas de tensiones.<br />

Es la amarga aventura de las megápolis sin alma,<br />

en las que conviven el frenesí y el despilfarro al lado<br />

de la miseria y la degradación social y moral. El texto<br />

bíblico avanza a lo largo de una trama esencial. A la<br />

descripción de la situación planetaria (v. 1-2) se le añade<br />

la decisión humana de unirse para formar sociedades<br />

(el símbolo «ciudad» de los v. 3-4). A esta decisión<br />

se opone el Señor que ve, a través de una «inspección»,<br />

los peligros y las insidias que anidan en esta decisión<br />

(v. 5-8). Se llega así a la conclusión, con el juicio sobre<br />

Babilonia, señal de la «confusión» nacida de la opresión<br />

que ejerce una sociedad sobre otra (v. 9).<br />

El negro hilo del pecado y del castigo de Dios recorre<br />

toda la narración. Al orgullo del hombre, que<br />

quiere tener una sola lengua y ser un pueblo monolítico,<br />

se opone la acción divina que «confunde y dispersa».<br />

Al desafío humano que quiere erigir un sistema<br />

social opresivo y dominador sobre los demás se opone<br />

la acción divina y hace que «cese» (v. 8) el proyecto de<br />

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los hombres. En este punto es claro el tema que el capítulo<br />

11 del Génesis nos propone para nuestra reflexión.<br />

Dios no ama las ciudades o las naciones dominadoras<br />

de la historia, detesta los imperialismos de unos<br />

pueblos sobre los otros, rechaza a quienes tienen proyectos<br />

autonómicos de conquista y no de diálogo, de<br />

engaño y no de colaboración. Se comprende, pues,<br />

que se quiera descifrar el significado de la superpotente<br />

Babel haciendo derivar su nombre de balal («confundir»),<br />

aunque en realidad el término significa<br />

«puerta de Dios», es decir, «ciudad divina». Pero su<br />

sueño de imponer una unidad de esclavos es frustrado<br />

por el Dios de la libertad. El ziggurat de Babilonia,<br />

obra maestra de la arquitectura oriental, llevaba el<br />

nombre simbólico de Entemenanki, es decir, «casa de<br />

los fundamentos del cielo y de la tierra», verdadero y<br />

genuino microcosmos que albergaba la ilusión de resumir<br />

en sí los cimientos celestes y terrestres: sus siete<br />

pisos rememoraban los siete planetas. El templo al<br />

que la torre estaba unido se llamaba Esagila, es decir,<br />

«casa que alza la cabeza», con la pretensión de «tocar<br />

el cielo».<br />

A través de estas señales se percibe nítidamente el<br />

mensaje del autor sagrado. Es un mensaje inquietante<br />

y siempre actual. Babilonia es la encarnación de todas<br />

las potencias políticas que han hecho derramar sangre<br />

y lágrimas a la humanidad. El ziggurat es el signo de<br />

una religiosidad triunfalista que avala el poder, más<br />

aún, que se confunde con él y que lanza su desafío al<br />

Señor del cielo y de la tierra, del tiempo y de las vicisitudes<br />

humanas. La Biblia toma claramente partido y<br />

espera el derrumbamiento de esta religiosidad orgullosa,<br />

de este imperialismo que construye a partir de<br />

una unidad humana basada sólo en el engaño, no en<br />

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