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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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—simbólicamente representada por la «costilla»— crea<br />

un nuevo ser humano que tendrá, por tanto, la misma<br />

realidad, la misma configuración física y cualitativa.<br />

Es curioso advertir que en una de las más antiguas lenguas<br />

orientales, el sumerio, se expresan con un mismo<br />

vocablo los conceptos de «costilla» y «vida». El hombre<br />

asexuado de ciertas definiciones griegas, que acentuaban<br />

tan sólo la «espiritualidad», la racionalidad de la<br />

criatura humana, no tiene nada que ver con el hombre<br />

bíblico: el ser humano existe, por la palabra de Dios,<br />

como varón y hembra, en diálogo mutuo. Y ante la<br />

mujer, en aquel amanecer de la historia, el hombre<br />

entona el canto que se repetirá a lo largo de los siglos,<br />

en lenguas, en formas, en regiones diversas: «Es carne<br />

de mi carne y hueso de mis huesos.» Es el descubrimiento<br />

de la identidad profunda que crea el amor entre<br />

dos personas, en virtud del cual la una está enteramente<br />

en la otra, y viceversa.<br />

Bajo esta luz alcanza su vértice en el Cantar de los<br />

cantares la declaración de amor de la mujer, que parece<br />

casi una respuesta a la declaración del hombre en<br />

el Génesis: «Yo soy para mi amado y mi amado es para<br />

mí.» En la película El buen matrimonio del director<br />

francés Eric Rohmer (1982), la protagonista exclama:<br />

«No busco un hombre que me posea, sino un hombre<br />

que me pertenezca y a quien pertenezca yo.» Sólo en<br />

esta donación se completa la existencia, también bajo<br />

el aspecto psicológico, además del físico; en suma,<br />

bajo el aspecto del ser humano integral. En esta línea<br />

se actúa la función de la «ayuda adecuada» que el<br />

hombre buscaba en vano en las cosas. La expresión hebrea<br />

es, en realidad, más aguda y remite a la idea de<br />

alguien que «está enfrente», con el que es posible el<br />

diálogo, la comparación, la igualdad, el mirarse a los<br />

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ojos. Es la idea de partner, de compañero o interlocutor,<br />

de aliado, de persona con la que se tiene una relación<br />

plena.<br />

Los protagonistas de la aventura del amor tienen,<br />

por supuesto, nombres propios, tienen su especificidad,<br />

pero esto no deja de ser secundario respecto de<br />

la primacía de ser criaturas humanas unidas por un<br />

mismo vínculo de amor y de vida. De hecho, el hebreo<br />

'iTsah (mujer) es simplemente la forma gramatical femenina<br />

de Vi (hombre). Son una misma realidad, en<br />

masculino y femenino, con la misma naturaleza y dignidad,<br />

que se convertirán en «una sola carne» en el<br />

acto físico y espiritual del amor y en el hijo que nacerá,<br />

carne única de dos personas. Ya la tradición judía subrayaba<br />

esta paradoja: en el amor entre hombre y mujer,<br />

uno es igual a dos. «Adán —comenta san Efrén de<br />

Siria— era uno y eran dos, porque fue creado varón y<br />

mujer.» Los dos caminos, al principio diferentes, del<br />

hombre y de la mujer, se entrecruzan ahora, se abandona<br />

el pasado de las familias de que cada uno de ellos<br />

procedía («dejará el hombre a su padre y a su madre...»);<br />

se abre, al frente, el horizonte de una nueva<br />

familia, de una nueva vida. Para emplear un fulgurante<br />

verso del Paraíso de Dante, podemos decir que «se<br />

despliega en nuevos amores el eterno amor» (XXIX,<br />

18).<br />

El amor divino perfecto se difunde y se encarna en<br />

el amor humano en la pareja, que se convierte así en<br />

signo de Dios, como enseñarán más tarde, repetidamente,<br />

los profetas, a partir de Oseas. La espiritualidad<br />

matrimonial implica, por tanto, un compromiso;<br />

debe llevar al mundo, a menudo atado al helado banco<br />

del odio, el calor de la relación humana, el deseo<br />

del amor de Dios, la presencia de la ternura y de la<br />

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