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151-25 - Biblioteca Católica Digital

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dad. Todos van al mismo sitio: todos vienen del polvo<br />

y al polvo tornan todos» (Ecl 3,19-20). Se percibe,<br />

pues, a la muerte como un monstruo, como una mano<br />

helada que te arranca de la vida, y no como un paso<br />

hacia un horizonte luminoso. El pecado ha deformado<br />

a la muerte y ha introducido el miedo y el terror de<br />

morir hasta tal punto que se ha llegado a una verdadera<br />

y auténtica «pornografía de la muerte», esto es, al<br />

esfuerzo macabro por mimetizarla, alejarla y exorcizarla.<br />

Pero esta muerte, considerada como algo sin hogar<br />

y sin patria, está, por el contrario, firmemente instalada<br />

en todas las naciones, en todas las ciudades, en<br />

todas las familias, en todos los cuerpos.<br />

El Canto del arpista egipcio repite, todavía hoy: «Nadie<br />

regresa de allí y nos cuenta su historia y calma nuestro<br />

corazón. Mira, no hay quien se vuelva atrás...» Y este<br />

temor nos hace esclavos y egoístas, nos recluye en nosotros<br />

mismos, derramados sobre las cosas de este mundo.<br />

Con mucha razón declaraba Montaigne: «La premeditación<br />

de la muerte es pre-meditación de libertad.<br />

Quien aprende a morir, aprende a no servir.» Para el<br />

justo, la proximidad de la muerte es el acercamiento<br />

a una frontera abierta, más allá de la cual se encuentra<br />

no el abismo del polvo y de la nada, sino la senda de<br />

la vida nueva. «Tú, cierto, no abandonas mi vida ante<br />

el seol, no dejas a tu amado ver la fosa. Tú me muestras<br />

la senda de la vida; contigo, la alegría hasta la hartura;<br />

a tu diestra, delicias sempiternas» (Sal 16,10-11).<br />

Morir «es ganancia», como escribe Pablo a los Filipenses<br />

(1,21). Sobre el polvo desciende, efectivamente, el<br />

fecundador rocío divino: «Revivirán tus muertos, mis<br />

cadáveres se levantarán, se despertarán, exultarán los<br />

moradores del polvo; pues rocío de luces es tu rocío,<br />

y la tierra echará de su seno las sombras» (Is 26,19).<br />

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También el hombre justo lleva en sí, indudablemente,<br />

las huellas del temor, siente resquebrajarse su<br />

cuerpo como una disolución, pero sus ojos están fijos<br />

en Cristo glorioso, que ha cruzado la galería oscura de<br />

la muerte para dar paso a la luz y a la eternidad. En<br />

la tradición islámica, y siguiendo las huellas de una intuición<br />

judía, se cuenta que cuando Abraham vio venir<br />

a su encuentro al ángel de la muerte para apoderarse<br />

de él, exclamó: «¿Has visto que un amigo (Dios)<br />

desee la muerte de su amigo (Abraham)?» Pero el ángel<br />

le preguntó a su vez: «¿Has visto jamás que un<br />

amante rehuse el encuentro de amor con su amado?»<br />

Entonces Abraham dijo: «Ángel de la muerte, tómame.»<br />

Miles y miles son las reflexiones que afloran<br />

cuando se habla de la muerte. Siendo, como es, la realidad<br />

más absolutamente personal, cada cual debe vivirla<br />

en la intimidad de su conciencia. Es mejor que,<br />

como en las poesías, se deje un espacio en blanco al<br />

escribir sobre la muerte para que cada cual exprese sus<br />

temores, sus miserias y también sus esperanzas y expectativas.<br />

«Humillada hablarás desde el suelo, se<br />

ahogará tu palabra desde el polvo; será como espectro<br />

tu voz desde el suelo, desde el polvo susurrará tu palabra»<br />

(Is 29,4).<br />

Pero Dios escuchará —único entre todos— aquella<br />

tu palabra extrema y la recogerá porque «las almas de<br />

los justos están en las manos de Dios... y los fieles permanecerán<br />

en el amor junto a él» (Sab 3,1-9). Cesare<br />

Pavese, cuya trágica muerte ha sido símbolo de un<br />

drama interior, ha dejado un verso fulgurante que<br />

ahora podremos leer bajo una nueva luz: «Vendrá la<br />

muerte y tendrá tus ojos.» Para el creyente, la muerte<br />

tiene los ojos luminosos de Cristo. Es sugestivo observar<br />

que nuestra página del Génesis, tan sombría y cru-<br />

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