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Crónicas <strong>de</strong> los viajeros <strong>de</strong> la ciudad 157<br />
ciudad, que me impresionó hace tiempo por su peculiar proporción y<br />
que se halla “cerca” <strong>de</strong> esa geografía <strong>de</strong>l sueño)<br />
Al lado <strong>de</strong> ese gran camino que se hundía en la noche <strong>de</strong> la<br />
ciudad estaba la entrada a una zona <strong>de</strong>primida parecida a “la<br />
coyotera”, un barrio popular por los giros negros y cantinas que se dan<br />
a su interior. Me percaté que en ese lugar no había nada <strong>de</strong><br />
iluminación. Todas las calles y las casas estaban sumergidas en la más<br />
completa oscuridad. Pero era una oscuridad diferente al ambiente<br />
opresivo, previo a la lluvia <strong>de</strong>l que habíamos venido, cruzando las vías<br />
se hacía mucho más material y al interior <strong>de</strong> la zona era <strong>de</strong> tal<br />
consistencia que uno podía casi tocarla. Era una oscuridad pavorosa,<br />
como una niebla que penetra a todo y que más que tristeza o<br />
melancolía orillaba a sentir un hondo temor.<br />
El hermano <strong>de</strong> mi amigo, mi guía, me indicó que entráramos<br />
en la zona oscura, fuimos por una calle que nos llevó <strong>de</strong> inmediato a<br />
un callejón sin salida, a la entrada <strong>de</strong> ese lugar, como guardianes,<br />
estaban unas personas drogándose, grises, lentos, tatuados en todo lo<br />
que se les veía <strong>de</strong>l cuerpo; inspiraban temor al verlos, sin rostro ni vida.<br />
Las casas en las que se recargaban eran igual que ellos, sucias, grises,<br />
con ventanas apagadas. Sólo las luces <strong>de</strong>l carro iluminaban esa<br />
oscuridad <strong>de</strong>nsa, era lo único que nos permitía darnos cuenta <strong>de</strong> la<br />
forma física <strong>de</strong>l lugar. Esa dificultad para ver era lo que probablemente<br />
provocaba mayor temor. Al final <strong>de</strong>l callejón, tapando el paso <strong>de</strong> la<br />
antigua calle estaba una vivienda informal, <strong>de</strong> <strong>de</strong>salojo, que había<br />
ocupado toda la vereda, era según pensé en ese momento, el inicio <strong>de</strong><br />
un gran asentamiento que había ocupado todas las calles, fuera <strong>de</strong> las<br />
casas abandonadas y muertas.<br />
Esa casa era un vallado sin techo, fabricado <strong>de</strong> varillas<br />
oxidadas, que protegían las pocas pertenencias <strong>de</strong> los ocupantes:<br />
colchones y trastos viejos, una televisión gastada y un viejo perro que<br />
pareció <strong>de</strong>spertar cuando lo iluminó el carro en el que íbamos. Sus<br />
ojos se prendieron <strong>de</strong> ver<strong>de</strong> cuando la luz le tocó la cara. Toda la calle<br />
reflejó la luz, el agua sucia, el lodo y los <strong>de</strong>tritos esparcidos por toda la<br />
vereda hacían aún más <strong>de</strong>primente el ambiente. Tuve la sensación<br />
entonces <strong>de</strong> estar atrapado, allí entre la casa sin techo, la <strong>de</strong>nsa<br />
oscuridad como niebla negra y los guardianes drogadictos que<br />
habíamos <strong>de</strong>jado unos pasos atrás. Esto me provocó un terror horrible<br />
y el impulso <strong>de</strong> salir huyendo a toda prisa <strong>de</strong> ese lugar. Al hacer reversa<br />
con el carro me percaté <strong>de</strong> que <strong>de</strong> las casas que había intuido<br />
<strong>de</strong>shabitadas empezaron a salir familias, grises también y sin rostro. La