Número 2 - Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Carles Méndez Llopis
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ofreciendo respuesta tan solo a la intuición y al deseo.
Una actuación prelógica, inconsciente y autónoma que
se entiende por sí misma, por su existencia.
Después de lo aquí desarrollado, sigue siendo una paradoja
que la plástica surrealista supusiera una fórmula
reaccionaria; si como decimos, es posible que la imagen
surrealista fuera creando sus predecesores en la historia
paralelamente a su propia conceptualización. Cierto es
que alzándose tras la intelectualización del cubismo representó
un extremoso punto de inflexión con la práctica
vigente; sin embargo, ya hemos comprobado que lo fantástico,
demoníaco, oscuro, subliminal y extraño fue impreso
en la historia del arte mucho antes por figuras como Arcimboldo,
Hogarth, Durero, Piranesi, El Bosco, Blake o Goya,
por citar sólo unos pocos. Así, además de presuponer que el
surrealismo plástico fue tachado de un radical retorno al acto
instintivo preconsciente y una reivindicación reaccionaria por
la imaginación poética, fue temido al ser relacionado por sus
coetáneos con una inabarcable fórmula de vida en lo absoluto,
observando todos y cada uno de los espejos de la realidad, que
además, transgredía los marcos convencionales de la naturaleza
objetiva establecida.
Así, aunque el carácter de la imagen tenga mucho en común
con sus antecesores, hay evidentemente profundas disimilitudes
en la concepción de las mismas que nos hará llegar a una cercana
idea de lo que es una imagen surrealista. Entendido el surrealismo
como melancolía hacia las cuestiones que el ser por “ser” ha abandonado,
supone una acción directa contra el principio de identidad
imperante. A este respecto, la imagen como “aparición” no sería
más que una sombra dispuesta a los ojos del mundo, y la idea será
únicamente para unos pocos, porque está sumida en el alejamiento
abstracto de esa apariencia. Entendamos pues que es en este momento
en el que la identidad aparece en escena; la imagen ofrecida por
la idea, hasta ese momento impensable, será pagada por la identidad
según la deuda que nuestros estatutos psicológicos occidentales nos
imponen y se volverá simple superficie ya nombrada. Evidentemente,
para el surrealismo este conato de universalidad continua representará
una brutal atrocidad, pues coarta todas las propiedades imaginativas o
simbólicas.
Esta no es la identidad que abarca a la imagen surrealista. El surrealismo
se moverá por singularización; así, la identidad surrealista será de los
objetos y no se extenderá a la del concepto genérico.
e.nnova • Año I • Número 2 • enero-junio 2009
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