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elevados, por lo que se ha producido una creciente dinámica de ilegalización económica, teniendo muy
limitadas sus posibilidades de acceder a otras ocupaciones.
A finales de los setenta también se produce una fuerte inmigración a las ciudades, un éxodo
traumático para la población cuya cultura, formas de vida y economía mayoritariamente estuvieron
vinculadas al medio rural (temporeros, herreros, artesanos rurales, chalaneo, comercio ambulante,…). La
política de la Administración en las ciudades, sobre todo grandes, se tradujo en potenciar barrios gitanos
donde se aglutinaban personas de etnia gitana de distinta trayectoria y procedencia. Los resultados de
estas agrupaciones fueron nefastos.
Se debilitaron los cauces tradicionales de mediación de conflictos dentro del grupo y entre grupos;
se perdió capacidad para ejercer mecanismos de sanción y control social formal sobre actividades que la
propia comunidad reprobaba; esto ha sido muy negativo porque para muchos gitanos la “ley paya” no
existe para resolver sus conflictos (poso de desconfianza en general hacia todas las instituciones payas).
En algunos de estos barrios, cuando no “guetos” de población mayoritariamente gitana, se
introduce otro elemento desestabilizador, “negocio de la venta de drogas”, sobre todo heroína, y el
consumo entre la población gitana joven en niveles alarmantes. En la aparición de este fenómeno ha
influido la marginalidad en que viven los jóvenes gitanos/as y el hecho de que el punto de venta fuese su
propia casa.
Más problemáticos todavía han sido los asentamientos ilegales en poblados de chabolas, cuevas,
almacenes vacíos y edificios abandonados en espera de derribo. El hecho de vivir en estas condiciones
les sitúa en el ámbito de la más absoluta marginación social y segregación. Sus condiciones de vida son
las de la mera supervivencia, ya que en general sus recursos se limitan a la venta de chatarra o droga;
este último “negocio” se traduce en la gran sobre-representación de la población gitana en el medio
penitenciario, también en el caso de las mujeres.
Esta situación de pobreza relacionada con el chabolismo, los asentamientos segregados y el
hacinamiento de los “guetos urbanos” tiende a asociar “lo gitano” con los peores rasgos de la marginalidad
y la delincuencia. Este ha sido el germen de cultivo del auge de la Iglesia Evangélica dentro de la
comunidad gitana (“El culto”), que agrupa a un porcentaje importante de la población. Supone un
movimiento de masas autosuficiente que ha organizado a gitanos/as de las capas más marginales, pues
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