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tario de un puesto de venta de libros en París, yque poseía, por ejemplo, algunos ejemp<strong>la</strong>res de“Los Cantos de Maldoror”, obra desconocida ensu tiempo y que posteriormente irían a sacar delolvido los surrealistas. También conozco casoscontrarios, como el del propietario de <strong>la</strong> libreríamás grande del país, <strong>la</strong> Yachaywasi, que esesencialmente un vendedor de libros y no uncoleccionista ni escritor, pero que sin embargo,como no podía ser de otra forma, alberga en sucasa una valiosa colección rusa de textos marxistasasí como otras exquisiteces que, de todasformas, no conforman más que un gran estantede diez por cinco metros aproximadamente. Ensu caso, el conocimiento de los libros que tieneestá estrictamente abocado a venderlos 1 , y todoconocimiento que se deriva de su experiencia lesirve como insumo para olfatear compras futuras.Se podría decir que es coleccionista por defecto,aunque hay que tener en cuenta que su militanciamarxista data de hace varias décadas.Justamente fue el señor Márquez, dueño deYachaywasi, quien alguna vez me comentó conmucha nostalgia, un libro l<strong>la</strong>mado Vender e<strong>la</strong>lma de Romano Montroni, que trata justamenteacerca del oficio del librero. El prólogo lo escribeUmberto Eco y el autor es un conocido libreroitaliano, dueño de un emporio de libreríasen ese país. Entre <strong>la</strong>s muchas cosas que indicaese manual , Montroni resalta <strong>la</strong> obligación quedebe tener el librero de conocer su mercadería(así es como <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma) así como el gusto de susclientes más asiduos. Y esa es justamente <strong>la</strong> c<strong>la</strong>veque hace de don Jaime como de Vidal Márquezo León Bloy sujetos parecidos. Entonces dónderadica realmente <strong>la</strong> diferencia entre quien conocesus libros para venderlos y quien los conocepara hacer lo contrario, para retenerlos.Se disculpara que utilice ahora categorías hoytan “fuera de moda”, pero quisiera re<strong>la</strong>cionarestos dos que haceres tan dispares a través delos sujetos a los que Marx l<strong>la</strong>ma, en el cuarto capítulodel primer tomo del Capital, “capitalistaracional” y “atesorador”. Me parece evidente <strong>la</strong>re<strong>la</strong>ción entre estas dos figuras y nuestros vendedores/coleccionistasde libros en tanto Marxnos refiere que dentro de <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> general delvalor, Dinero-Mercancía-Dinero 3 , existen dostipos de agentes del capital que vendrían a seraquellos dos ya mencionados (“capitalista racional”y “atesorador”). El primero sigue <strong>la</strong> lógicamisma de <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong>, revalorizando incesantementeel capital (que para nuestro caso vendríaa ser el vendedor de libros, es decir el que loscompra para revenderlos), y el segundo, que nosigue esa lógica de revalorización, pero que sinresponder tampoco al valor de uso de <strong>la</strong> mercadería(en nuestro caso el coleccionista que no leelos libros que posee) se queda con <strong>la</strong> mercancíay no <strong>la</strong> revende. Marx l<strong>la</strong>mará también al segundo,“capitalista insensato”.Qué quiero decir con esto. Bueno, que Marxpudo expresar plenamente esa “necesidad” delos coleccionistas de libros como <strong>la</strong> paradoja quese da dentro de <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> general del valor, <strong>la</strong>contradicción entre poseer un capital que, deforma “anti natural”, no circu<strong>la</strong>rá ni se revalorizaráy <strong>la</strong> naturaleza misma de esa fórmu<strong>la</strong> generalque los impele a revender. Además Marxjuega a <strong>la</strong> doble partida (tal como un vendedorde libros también es coleccionista y un coleccionistatambién vende sus libros) porque nos diceque “este afán absoluto de enriquecimiento, estaapasionada cacería en pos del valor de cambio,es común a capitalista y atesorador, pero mientrasel atesorador no es más que el capitalista insensato,el capitalista es el atesorador racional”.Así, nos demuestra que si bien el capitalista, elvendedor de libros, es el más coherente con elcapital, dado que lo revaloriza infinitamente, estambién el atesorador, o para nuestro fin, el coleccionistade libros, un afanoso cazador de valorde cambio (porque hay que admitir que unabiblioteca privada ampulosa no solo es fuentede valor de cambio sino una exuberancia y lujoque muy poca gente se puede dar): “<strong>la</strong> incesanteampliación del valor, a <strong>la</strong> que el atesorador persiguecuando procura salvar de <strong>la</strong> circu<strong>la</strong>ción aldinero, <strong>la</strong> alcanza el capitalista, mas sagaz, <strong>la</strong>nzándoloa <strong>la</strong> circu<strong>la</strong>ción una y otra vez”.Recuerdo que algún empleado de <strong>la</strong> libreríaYachaywasi, de los que soy parte, alguna vez mecomentó sorprendido, que <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> que menosse esperaba (supongo que refiriéndose a <strong>la</strong>simpleza de su apariencia) compraba libros porgrandes sumas de dinero, y que contrariamente,quienes vestían lujosamente compraban pocoslibros y siempre regateaban. Supongo que a esose refiere Marx cuando nos hab<strong>la</strong> del insensato.Pues <strong>la</strong> mayoría de los grandes coleccionistas delibros “petrifican” su capital, que al no reproducirseno les genera mayores ganancias y al con-121

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