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122trario, los deja pobres. Conozco varios casos degente que ha tenido que empeñar cosas por unlibro, o, como dice Walter Benjamin, han tenidoque convertirse en criminales.En un hermoso artículo, publicado en susaños de juventud, l<strong>la</strong>mado “Desempacandomis libros”, justamente Benjamin nos cuenta de<strong>la</strong>s pujas por libros preciosos que se daban enlibrerías europeas en <strong>la</strong>s que con dolor gastabasu dinero calcu<strong>la</strong>do para alimentación y vivienda.También nos cuenta de sus primeras experienciascomo coleccionista, que como contabapara mi caso, al principio de este artículo, se diocuando dejó de intentar leer todos los libros quecompraba. Nos cuenta de <strong>la</strong> costumbre arraigadade aquel<strong>la</strong> época entre los coleccionistas delibros de hacer grandes pedidos a <strong>la</strong>s libreríasmás grandes de Europa y también nos cuenta de<strong>la</strong>s habilidades que él, como otros coleccionistas,tuvieron que desarrol<strong>la</strong>r para conocer lo quecomprarían. Y en esto lo que seña<strong>la</strong> Benjaminno es tan distinto a lo que enseña el manual delibrero que comenté, pues finalmente, el conocimientoadquirido de los libros para <strong>la</strong> comprade los mismos es un capital, que si bien Marx nocontempló, Bourdieu y otros sí lo hicieron. El conocimientobibliográfico especializado así comootros detalles, el nombre del dueño previo delejemp<strong>la</strong>r, por ejemplo, <strong>la</strong>s ilustraciones especialeso el número de edición, nos cuenta Benjamin,hacen de un libro coleccionable lo que es. Eso yel factor del apasionamiento.Benjamin re<strong>la</strong>ta también, en tono romántico,que “uno de los mejores recuerdos de un coleccionistaes el del momento en el que rescata unlibro al que nunca le ha dedicado ni uno solo desus pensamientos, ni mucho menos una so<strong>la</strong> desus miradas deseosas, solo por haberlo encontradosolitario y abandonado en algún mercado ydecidió comprarlo para darle su libertad”. Pueses justamente el apasionamiento por algo, lo quediferencia al racional capitalista del “insensato”.Así, y siguiendo <strong>la</strong> historia de Monterroso, podríamosproponer que <strong>la</strong> dificultad para deshacersede los libros de una colección no se solucionacon <strong>la</strong> venta sino con <strong>la</strong> quema de los mismos.Y aunque Monterroso haya descartado tambiénesta idea (porque “resulta ridículo y hasta malvisto quemar quinientos libros en el patio de <strong>la</strong>casa”), radica en el<strong>la</strong> toda <strong>la</strong> exuberancia y lujoque se desprende del “atesoramiento”. Porque¿quién se puede dar el lujo de quemar un billetede cien dó<strong>la</strong>res o varios cientos de libros? Y esaexuberancia está también emparentada con e<strong>la</strong>pasionamiento, porque, qué es <strong>la</strong> consumacióndel fuego que quema libros en el fin hipotéticopropuesto por nosotros al cuento de Monterrososino <strong>la</strong> consumación del impulso último y necesariode todo buen coleccionista antes de adquirirun nuevo libro.NotasLa Paz, agosto de 2012.1 Es impresionante haber descubierto hace un tiempo que en estalibrería existe a <strong>la</strong> venta un ejemp<strong>la</strong>r del libro conmemorativo delprimer centenario de <strong>la</strong> independencia, publicado obviamente en1925 bajo el gobierno de Bautista Saavedra. Lo que demuestra queaunque se trate de reliquias, estas resultan buena mercancía para elpropietario de dicho negocio.2 Entre otras cosas, hab<strong>la</strong> de <strong>la</strong> necesidad de homogeneizar <strong>la</strong>imagen de <strong>la</strong> librería, es decir desde los libros escogidos hasta losmuebles y <strong>la</strong> música ambiente, para lograr demostrar el “carisma”del librero y de <strong>la</strong> empresa. No se si esto se haya escrito antes deque aparecieran <strong>la</strong>s cadenas de librerías Barnes And Noble y Chaptersa <strong>la</strong>s que hace referencia Naomi Klein en No Logo, pues en <strong>la</strong>descripción de el<strong>la</strong>s que hace <strong>la</strong> autora, explica cómo su estética ysupuesto “carisma” responde a <strong>la</strong> política empresarial imp<strong>la</strong>ntadadesde los ochenta de que a <strong>la</strong> mercancía no <strong>la</strong> hace su materialidad(permítaseme, su valor de uso) sino su imagen.3 La fórmu<strong>la</strong> general del valor, D-M-D’, está determinada por <strong>la</strong>contraposición con <strong>la</strong> de M-D-M (Mercancía-Dinero-Mercancía).Esta segunda es <strong>la</strong> circu<strong>la</strong>ción simple que se da por ejemplo entreun campesino y un mercader de <strong>la</strong> ciudad, pues el campesino vendesu producción (M) al mercader por dinero (D) que luego gastarápara si, por ejemplo en ropa o comida (M). Es decir que consumirá eldinero. En ese caso el proceso mercantil tiene como fin satisfacer <strong>la</strong>necesidad (valor de uso) del productor, mientras que en el caso de D-M-D’, el capitalista compra para luego vender, sin satisfacer ningunanecesidad propia. En ese proceso lo que hace es valorizar el dinero, elcapital. El capitalista, así, es un agente del capital. Marx nos dice queestas fórmu<strong>la</strong>s no solo responden a <strong>la</strong>s transacciones comerciales sinoa toda lógica capitalista (industrial, financiera, etc.).

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