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AMNISTÍA INTERNACIONAL

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de derechos humanos, periodistas y<br />

miembros de la oposición política.<br />

Tras el fallido golpe de Estado de julio,<br />

Turquía intensificó su represión de las voces<br />

disidentes durante el estado de excepción.<br />

Más de 90.000 personas empleadas en el<br />

sector público perdieron su trabajo por tener<br />

presuntos “vínculos con una organización<br />

terrorista” o representar “una amenaza para<br />

la seguridad nacional”; además, se sometió a<br />

prisión preventiva a 118 periodistas y se<br />

cerraron de forma arbitraria y permanente<br />

184 medios de comunicación.<br />

En Oriente Medio y el Norte de África, la<br />

represión de la disidencia fue endémica. En<br />

Egipto, las fuerzas de seguridad detuvieron,<br />

sometieron a desaparición forzada y<br />

torturaron a presuntos partidarios de la<br />

organización proscrita Hermandad<br />

Musulmana, así como a otras personas que<br />

criticaban y se oponían al gobierno. Las<br />

autoridades de Bahréin enjuiciaron<br />

implacablemente a detractores del gobierno<br />

por cargos relacionados con la seguridad<br />

nacional. En Irán, las autoridades<br />

encarcelaron a personas que expresaban<br />

críticas, censuraron todos los medios de<br />

comunicación y aprobaron una nueva ley por<br />

la que prácticamente cualquier crítica al<br />

gobierno y a sus políticas era susceptible de<br />

enjuiciamiento penal.<br />

En Corea del Norte, el gobierno intensificó<br />

aún más la ya extrema represión que ejercía,<br />

endureciendo su control sobre las<br />

tecnologías de la comunicación.<br />

En muchas ocasiones, las medidas<br />

rigurosas no fueron más que un intento de<br />

ocultar fracasos del gobierno, como en<br />

Venezuela, donde las autoridades trataron de<br />

silenciar las críticas en lugar de abordar la<br />

intensificación de la crisis humanitaria.<br />

Además de las amenazas y ataques<br />

directos, so pretexto de la seguridad se<br />

produjo un insidioso deterioro de las<br />

libertades civiles y políticas. Por ejemplo,<br />

Reino Unido aprobó la nueva Ley de Poderes<br />

de Investigación, que aumentaba<br />

significativamente las facultades de las<br />

autoridades para interceptar comunicaciones<br />

y datos digitales, acceder a ellos,<br />

conservarlos o piratearlos sin necesidad de<br />

que existieran sospechas razonables contra<br />

una persona. Con la introducción de uno de<br />

los regímenes de vigilancia masiva más<br />

amplios del mundo, Reino Unido dio un<br />

importante paso hacia una realidad donde<br />

sencillamente no se reconoce el derecho a la<br />

privacidad.<br />

Sin embargo, la erosión de los valores de<br />

los derechos humanos fue tal vez<br />

especialmente perniciosa cuando las<br />

autoridades culparon a determinados “otros”<br />

de problemas sociales reales o presuntos<br />

para justificar sus medidas represivas. La<br />

retórica del odio, la división y la<br />

deshumanización desató los instintos más<br />

sombríos de la naturaleza humana. Al atribuir<br />

la responsabilidad colectiva de los males<br />

sociales y económicos a grupos concretos —<br />

con frecuencia minorías étnicas o religiosas<br />

—, quienes estaban en el poder dieron<br />

rienda suelta a la discriminación y a los<br />

crímenes de odio, sobre todo en Europa y<br />

Estados Unidos.<br />

Una variante de esta actitud quedó de<br />

manifiesto con la intensificación de la “guerra<br />

contra las drogas” del presidente Rodrigo<br />

Duterte en Filipinas, a costa de una enorme<br />

pérdida de vidas. Tras reiteradas muestras<br />

públicas de apoyo del presidente a la idea de<br />

matar a quienes estuvieran supuestamente<br />

implicados en delitos de drogas, la violencia<br />

aprobada por el Estado y los homicidios<br />

masivos cometidos por grupos parapoliciales<br />

se cobraron más de 6.000 vidas.<br />

Cuando figuras que se autoproclamaban<br />

“antisistema” culparon a las supuestas élites,<br />

a las instituciones internacionales y a los<br />

“otros” de los motivos de queja sociales o<br />

económicos, eligieron la fórmula equivocada.<br />

La sensación de inseguridad y pérdida de<br />

derechos —derivada de factores como el<br />

desempleo, la inseguridad laboral, la<br />

creciente desigualdad y la reducción de los<br />

servicios públicos— exigían compromiso,<br />

recursos y cambios de política por parte de<br />

los gobiernos, no chivos expiatorios fáciles de<br />

culpar.<br />

Ha quedado claro que muchas personas<br />

desencantadas en todo el mundo no<br />

14 Informe 2016/17 Amnistía Internacional

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