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mundo y lo miraban; las voces conocían la tierra y los árboles y la ciudad que se<br />
extendía vía abajo, junto al río. Las voces hablaban de todo. Al oír la cadencia, el<br />
movimiento y el continuo estremecimiento de curiosidad y maravilla de aquellas<br />
voces, Montag supo que podían hablar de cualquier cosa.<br />
Y entonces uno de los hombres alzó los ojos y lo vio, por primera o por<br />
séptima vez, y una voz le dijo a Montag:<br />
—Muy bien, y a puede salir ahora.<br />
Montag retrocedió hacia las sombras.<br />
—Todo está bien —dijo la voz—. Bienvenido.<br />
Montag se acercó lentamente al fuego y a los cinco viejos que estaban allí,<br />
sentados, con pantalones azules y chaquetas y camisas del mismo color. No sabía<br />
qué decirles.<br />
—Siéntese —dijo el hombre que parecía ser el jefe—. ¿Un poco de café?<br />
Montag observó como vertían el líquido humeante y oscuro en una taza de<br />
estaño. Bebió lentamente y sintió que todos lo miraban con curiosidad. Se le<br />
quemaron los labios, pero no le importó. Todas las caras de alrededor tenían<br />
barba, unas barbas limpias y bien cortadas, y las manos eran también limpias. Se<br />
habían puesto de pie, como para dar la bienvenida a un huésped, y ahora habían<br />
vuelto a sentarse. Montag bebió el último sorbo.<br />
—Gracias —dijo—. Muchas gracias.<br />
—Bienvenido, Montag. Me llamo Granger. —El hombre le ofreció una botella<br />
de líquido incoloro—. Beba esto también. Le cambiará la composición química<br />
del sudor. Dentro de media hora usted olerá como otras dos personas. Con el<br />
Sabueso detrás de usted, lo mejor es un brindis.<br />
Montag bebió aquel líquido amargo.<br />
—Olerá un tiempo a gato mojado —dijo Granger—, pero no importa.<br />
—Usted me conoce —dijo Montag.<br />
Granger, con un movimiento de cabeza, señaló un aparato portátil de<br />
televisión junto al fuego.<br />
—Seguimos la cacería. Imaginamos que había ido hacia el sur, a lo largo del<br />
río. Cuando oímos que andaba por el bosque, parecido a un duende borracho, no<br />
nos escondimos como de costumbre. Las cámaras de los helicópteros volvieron a<br />
enfocar la ciudad y supusimos que usted se había metido en el río. Pasa algo<br />
gracioso allá. La cacería sigue aún. Aunque por otro camino.<br />
—¿Otro camino?<br />
—Miremos.<br />
Granger encendió el aparato portátil. La imagen en la pantalla era una<br />
pesadilla, condensada, que pasaba fácilmente de mano en mano, en el bosque,<br />
con colores y vuelos confusos. Una voz gritó:<br />
—¡La caza continúa en el norte de la ciudad! ¡Los helicópteros de la policía<br />
convergen hacia la avenida 87 y el parque de los Olmos!