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El tamiz y la arena<br />
Ley eron toda la tarde, mientras la fría lluvia de noviembre caía del cielo sobre la<br />
casa. Estaban en el vestíbulo, pues la sala parecía tan vacía y gris sin las paredes<br />
anaranjadas y amarillas, de luz de confeti, y naves del espacio, y mujeres<br />
vestidas con mallas de oro, y hombres con trajes de terciopelo negro que<br />
sacaban conejos de cincuenta kilos de sombreros de plata. La sala estaba muerta,<br />
y Mildred miraba inexpresivamente los muros mientras Montag iba y volvía, y<br />
se agachaba y leía en voz alta una página, hasta diez veces.<br />
—« No sabemos en qué preciso momento nace una amistad. Cuando se llena<br />
una vasija gota a gota, una de ellas rebasa al fin la vasija; así en una serie de<br />
actos bondadosos hay al fin uno que enciende el corazón» .<br />
Montag se quedó escuchando la lluvia.<br />
—¿Es esto lo que pasó con la muchacha de al lado? Es tan difícil saberlo.<br />
—Esa muchacha ha muerto. Hablemos de alguien vivo, por favor.<br />
Montag no miró a su mujer y caminó estremeciéndose hasta la cocina. Se<br />
quedó allí un rato mirando la lluvia que golpeaba los cristales, y luego regresó al<br />
vestíbulo de luz gris, esperando a que los temblores cesasen.<br />
Abrió otro libro.<br />
—« Ese tema favorito: y o» .<br />
—Eso lo entiendo —dijo Mildred.<br />
—Pero el tema favorito de Clarisse no era ella. Era cualquier otro, y yo. Fue<br />
la primera persona, en muchos años, que me gustó de verdad. Fue la primera<br />
persona que me miró a los ojos como si y o contara para ella. —Montag alzó los<br />
dos libros—. Estos hombres han estado muertos mucho tiempo, pero sé que sus<br />
palabras apuntan, de un modo o de otro, a Clarisse.<br />
Afuera, en la puerta de calle, en la lluvia, un débil rasguño.<br />
Montag se quedó petrificado. Vio que Mildred se echaba hacia atrás,<br />
apoyándose en la pared, y jadeaba.<br />
—Alguien… en la puerta… ¿Por qué la voz de la puerta no nos dice…?<br />
—Yo la apagué.