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Fahrenheit 451 - Ray Bradbury

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huesos metálicos y destrozándole las entrañas en una corola de fuego rojo, como<br />

un cohete del espacio que no pudiese dejar la calle. Montag, tendido en el césped,<br />

esperó a que aquella cosa viva y muerta jugara en el aire y muriese. Aún ahora<br />

parecía querer volverse hacia él y terminar de darle la iny ección que estaba<br />

invadiéndole la pierna. Sintió todo el alivio y horror de haber retrocedido justo a<br />

tiempo, de modo que el guardabarros del coche —que había pasado a ciento<br />

cincuenta kilómetros por hora— sólo le había tocado la rodilla. Tenía miedo de<br />

levantarse, miedo de no poder tenerse en pie con una pierna anestesiada. Un<br />

entumecimiento dentro de un entumecimiento que se ahondaba en un<br />

entumecimiento…<br />

¿Y ahora…?<br />

La calle desierta, la casa quemada como una vieja escenografía, las otras<br />

casas en la sombra, el Sabueso aquí, Beatty aquí, los tres bomberos en otro lugar,<br />

y la Salamandra… Miró la máquina enorme. Eso tenía que desaparecer también.<br />

Bueno, pensó, veamos cómo estoy. De pie. Despacio, despacio… así.<br />

Estaba de pie sobre una sola pierna. La otra era un quemado madero de pino<br />

que arrastraba como una penitencia por algún oscuro pecado. Se apoy ó sobre el<br />

madero y una corriente de agujas de plata le subió por la pierna y se le clavó en<br />

la rodilla. Montag sollozó. ¡Vamos! ¡Vamos, no puedes quedarte aquí!<br />

Unas pocas luces se encendían ahora en las casas de la calle, y a fuese por los<br />

incidentes que acababan de ocurrir, o por el silencio anormal que había sucedido<br />

a la lucha. Montag lo ignoraba. Caminó tambaleándose entre las ruinas, y<br />

tomándose la pierna dolorida cuando ésta se le quedaba atrás, hablando y<br />

quejándose y rogándole que trabajara para él. Oy ó a una gente que lloraba y<br />

gritaba en la oscuridad. Llegó al patio detrás de la casa y salió al callejón. Beatty,<br />

pensó, y a no eres un problema. Tú mismo lo decías, no enfrentes los problemas,<br />

quémalos. Bueno, hice las dos cosas. Adiós, capitán.<br />

Y se perdió trastabillando en el callejón oscuro.<br />

Cada vez que apoy aba la pierna, una carga de pólvora le estallaba dentro, y<br />

pensaba: eres un tonto, un condenado tonto, un terrible tonto, un idiota, un terrible<br />

idiota, un condenado idiota, y un tonto, un condenado tonto. Mira lo que has<br />

hecho, y no sabes dónde está el estropajo. Mira lo que has hecho. Orgullo,<br />

maldita sea, y mal humor, y lo ensuciaste todo. Desde un principio vomitaste<br />

sobre los demás y sobre ti mismo. Y todo de una vez, una cosa sobre otra. Beatty,<br />

las mujeres, Mildred, Clarisse, todo. No hay excusas, no hay excusas. Un tonto,<br />

un condenado tonto. Puedes darte por vencido.<br />

No, salvaremos lo que se pueda, haremos lo que quede por hacer. Si tenemos<br />

que quemar, arrastremos a unos pocos más con nosotros. ¡Ah!<br />

Recordó los libros y regresó. Por si acaso.

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