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servirán, pero sí otras, y en número suficiente. Comenzaremos a marchar hoy<br />
mismo, y veremos el mundo, y cómo el mundo se pasea y habla, y cómo es<br />
realmente. Quiero verlo todo ahora. Y aunque nada de esto me pertenezca,<br />
mientras lo miro pasará el tiempo, y se irá depositando en mí, y al fin todo será<br />
y o mismo. Mira el mundo allí fuera, Dios mío, Dios mío, míralo allí fuera, fuera<br />
de mí, más allá de mi cara. Sólo hay un modo de tocarlo: hacerlo finalmente<br />
mío, metérmelo en la sangre, donde latirá diez veces, diez mil veces en un día.<br />
Lo tendré siempre conmigo para que nunca se me escape. Lo tendré conmigo<br />
algún día. Por ahora lo he rozado con la punta de los dedos. Es un comienzo.<br />
El viento murió.<br />
Los otros hombres yacían aún, en el borde gris del sueño, no preparados<br />
todavía para levantarse e iniciar las obligaciones cotidianas, los fuegos y las<br />
comidas, la interminable tarea de adelantar un pie y otro pie, una mano y otra<br />
mano. Los hombres yacían agitando las pestañas polvorientas. Uno podía oír<br />
cómo respiraban con rapidez, y luego más lentamente, más lentamente…<br />
Montag se sentó.<br />
No llegó a ponerse de pie sin embargo. Los otros hombres hicieron lo mismo.<br />
El sol rozaba el horizonte negro con un dedo levemente rojizo. El aire era frío, y<br />
olía a lluvia.<br />
En silencio, Granger se incorporó, extendió brazos y piernas, maldiciendo,<br />
maldiciendo una y otra vez en voz baja, el rostro bañado en lágrimas. Se arrastró<br />
hasta el río y miró aguas arriba.<br />
—Arrasada —dijo al fin—. La ciudad parece un poco de levadura. Ha<br />
bajado. —Y tiempo después preguntó—: ¿Cuántos sabían lo que iba a ocurrir?<br />
¿Cuántos fueron los sorprendidos?<br />
Y en el resto del mundo, pensó Montag, ¿cuántas otras ciudades murieron? ¿Y<br />
cuántas aquí en nuestro país? ¿Cien, un millar?<br />
Alguien encendió un fósforo y lo acercó a un trozo de papel que sacó del<br />
bolsillo, y metió el papel bajo unas hierbas y hojas, y luego añadió unas ramitas<br />
que estaban húmedas y chisporroteaban, pero que al fin comenzaron a arder, y<br />
el fuego creció en la mañana temprana mientras el sol subía en el cielo, y los<br />
hombres, cabizbajos, se volvían lentamente y dejaban de mirar aguas arriba y se<br />
acercaban al fuego, sin saber qué decir, y el sol les coloreaba las nucas.<br />
Granger desplegó un papel encerado con un poco de tocino.<br />
—Comeremos un poco. Después iremos aguas arriba. Allá pueden<br />
necesitarnos.<br />
Alguien sacó una sartén pequeña y pusieron la sartén y el tocino al fuego.<br />
Luego de un rato el tocino comenzó a agitarse y bailar en la sartén, y el<br />
chisporroteo llenó con su aroma el aire de la mañana. Los hombres asistían<br />
silenciosos al ritual.<br />
Granger miró el fuego.