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—¿Podríamos?<br />
—Usted y y o.<br />
Faber se enderezó en su silla.<br />
—¡Oh, no!<br />
—Pero permítame que le explique mi plan…<br />
—Si insiste en eso, tendré que pedirle que se vay a.<br />
—¿Pero no le interesa?<br />
—No si me habla usted de esas cosas. No quiero que me quemen. Sólo podría<br />
hacerle caso si consiguiéramos, de algún modo, que los bomberos se quemasen a<br />
sí mismos. Si sugiriese usted que imprimiésemos libros y los ocultáramos luego<br />
en las casas de los bomberos, todo a lo largo del país, sembrando así la semilla de<br />
la sospecha entre esos incendiarios, ¡bravo!, le diría entonces.<br />
—Introducir los libros, poner en marcha la alarma, y ver cómo se queman<br />
las casas de los bomberos, ¿es eso lo que quiere decir?<br />
Faber alzó las cejas y miró a Montag como si estuviese viendo a otro hombre.<br />
—Era una broma.<br />
—Si usted cree que el plan vale la pena, tengo que tomarle la palabra.<br />
—¡No es posible garantizar estas cosas! Al fin y al cabo, cuando teníamos<br />
todos los libros, nos pasábamos el tiempo eligiendo los acantilados más altos para<br />
tirarnos de cabeza. Pero, es verdad, necesitamos acantilados más bajos. Los<br />
libros nos recuerdan que somos unos asnos y unos tontos. Son la guardia<br />
pretoriana del César, que murmura mientras los desfiles pasan ruidosamente por<br />
las avenidas: « Recuerda, César, que eres mortal» . La may oría de nosotros no<br />
puede correr de un lado a otro, hablar con toda la gente, visitar todas las ciudades.<br />
Nos falta tiempo, o amigos, o dinero. Las cosas que usted busca, Montag, están en<br />
el mundo; pero el noventa y nueve por ciento de los hombres sólo puede verlas<br />
en los libros. No pida garantías. Y no busque la salvación en una sola cosa:<br />
persona, máquina, o biblioteca. Ay údese a sí mismo, y si se ahoga, muera<br />
sabiendo por lo menos que estaba acercándose a la orilla.<br />
Faber se puso de pie y comenzó a pasearse por el cuarto.<br />
—¿Y bien? —preguntó Montag.<br />
—¿Habla en serio?<br />
—Muy en serio.<br />
—Es un plan insidioso. Ésa es mi opinión por lo menos. —Faber miró<br />
nerviosamente la puerta del dormitorio—. Ver arder los cuarteles de bomberos,<br />
destruidos como focos de traición. ¡La salamandra devorándose la cola! ¡Oh,<br />
Dios!<br />
—Tengo una lista de todas las residencias de bomberos. Con un trabajo<br />
subterráneo…<br />
—No se puede confiar en la gente, eso es lo peor. Usted y yo, ¿pero quién<br />
más para encender los fuegos?