La sirena varada: Año 1, Número 5

pasado la mitad de la feria cuando la
gitana de la tienda de las adivinaciones,
lo aborda y comienza a caminar con él.
A cada paso se va acercando más y más
hasta que él se da cuenta de lo ensimismado
que venía. Frena para voltear
a verla y preguntarle, tal vez ella sepa.
La mujer es muy joven, no tiene más
de tres décadas pero tiene unos ojos
inmensamente maquillados que la
hacen ver más pequeña de la cara, su
vestimenta pasa sin pena ni gloria, parece
más un disfraz que una ropa. Su
sonrisa parece sincera y lo convence de
entrar a la tienda. Una vez pagados los
cien pesos (porque es la tarifa oficial)
concede a contestarle lo que anda buscando,
aquello que lo ha traído de lejos.
—¿Y cómo murieron?
—Eh, bueno… No, todavía no pero
¿cómo sabe?…, bueno, es mi madre
no deja de verse anciana y sola, desde
hace semanas está así. Ya no sabemos
qué hacer. Los doctores dicen que todo
está bien pero ella insiste, actúa como
si nadie estuviera con ella, parece que
no nos escucha. Mi pobre madre, insiste
que está sola, que nadie está a
su lado. Se revuelca pidiendo que recordemos
cómo nos cuido ella cuando
éramos sus pequeños, nos maldice
por haberla abandonado. Ahí estamos
pero es como si no pudiera vernos.
—Y ya no los verá, nunca.
—Debe haber una forma.
—¿Y las otras?
—¿Cómo sabe que son…? Creo que
la señora Páez insiste en que no puede
caminar, está paralizada, cada día se
inmoviliza una parte de su cuerpo. Los
doctores tampoco le han detectado
nada, está sana pero no puede mover
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