La sirena varada: Año 1, Número 5

Yo asentí, me levanté y volví a mi
cuarto sin levantar la mirada. Ellas se
quedaron en el salón, hablando, negociando.
Cosas de mujeres, nosotros
los hombres no estábamos preparados
para ellas. Siempre habíamos sido
demasiado impulsivos, demasiado
bruscos. Como en otras ocasiones, me
limité a esperar. Abrí un terminal en la
pared y me entretuve con imágenes y
textos sobre la deforestación parcial
de la península y las acciones paliativas
que el estado acometía. Algunos de
los textos habían sido marcados como
inadecuados por la Norma, que velaba
por nosotras garantizando la veracidad
de la información. Otros simplemente
eran inaccesibles.
Algo menos de una hora después
Adriana abrió la puerta del cuarto.
—Hemos tomado una decisión —dijo—, y
queremos compartirla contigo.
Sentadas en el salón, me limité a escuchar
lo que las representantes de la
Norma querían transmitirme. Al fin y al
cabo nadie había pedido mi opinión, ni
yo tenía una opinión clara realmente.
—Ese llanto es valioso. Es oro ecológico
para nuestros castigados recursos. No debe
desperdiciarse en relaciones sociales quebradizas,
en fracasos escolares, en una vida
laboral vacía y sin esperanza. Queremos que
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